Ah, la fantasía medieval. Ese mundo donde los dragones son tan comunes como las ovejas (aunque un poco más difíciles de pastorear) y los hechiceros usan sombreros puntiagudos porque, al parecer, es un requisito profesional. Pero lo que realmente sostiene estos universos de magia y espadas no es solo la magia misma —aunque, admitámoslo, lanzar bolas de fuego es un buen truco en cualquier reunión social—, sino el delicado equilibrio entre lo mágico, lo improbable y lo totalmente mundano.
En estos mundos fantásticos, la magia es como la levadura en un buen pan: usas demasiado y terminas con un desastre inflado e incomible; muy poco y te queda una cosa plana que ni siquiera tu dragón querría comerse. Las historias funcionan mejor cuando la magia no es la respuesta a todo, sino una pieza más en el tapiz de la historia. Porque si todo puede resolverse con un chasquido de dedos, ¿por qué molestarse en tener una espada en primer lugar? (Y eso sin mencionar que los hechiceros suelen tener pésima puntería).
Luego está el mundo físico. Aquí es donde los héroes se raspan las rodillas, los reyes beben cerveza tibia y los caballos hacen lo que hacen los caballos, que es mayormente comer, cansarse y a veces tirarte al suelo en el momento más inoportuno. Este es el pegamento que mantiene la fantasía unida: las cosas cotidianas, el barro en las botas y las posadas llenas de humo, donde los héroes del pueblo no son los que empuñan espadas mágicas, sino los que pueden aguantar tres jarras de cerveza sin caerse de la silla.
Así que, el truco está en el equilibrio. Demasiada magia y la historia se desinfla, demasiado realismo y te quedas con un libro de historia medieval con espadas brillantes. Pero cuando los dos elementos están bien mezclados, tienes ese dulce punto medio donde los héroes pueden luchar contra demonios, pero aun así preocuparse por pagar la factura del herrero. Y es ahí donde las historias realmente cobran vida, entre lo asombroso y lo absolutamente mundano.
Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.
Ilustración-Stas Sujov
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