viernes, 10 de octubre de 2025

Por qué la fantasía medieval sigue siendo más real que las noticias

Hay quien dice que la fantasía es cosa de frikis que no pisan la calle, que los dragones y los caballeros son juguetes para adultos que temen la realidad. Los mismos que sueltan esa frase luego se tragan sin pestañear la política, los reality shows y las redes sociales, creyendo que ahí está “la vida real”.

Permíteme que me ría.

Los mitos no son mentiras, son la forma más seria de decir la verdad. La fantasía medieval —esa de espadas, reinos y profecías— no es evasión, es recordatorio. Nos devuelve, a bofetadas, la idea de que el bien y el mal existen, que la valentía tiene un precio, y que la belleza no se mide en likes sino en gestos que cambian el día a día de las personas.

Los castillos y los dragones no son decorado: son símbolos de lo que llevamos dentro. El dragón no está allá en la lejanía; está en tu soberbia, en tu miedo, en tu deseo de dominar. Y el caballero no es un tipo con armadura reluciente, sino el que decide enfrentarse al monstruo sabiendo que probablemente va a perder. Eso, amigo mío, es más real que el telediario.

La fantasía medieval tiene una cosa que el mundo moderno desprecia: honra. En esas historias hay juramentos que valen más que contratos, promesas que se cumplen aunque cueste la vida, reinos que se defienden no por poder, sino por deber. Y sí, puede sonar romántico, pero es que sin ese romanticismo —sin esa fe en algo más alto que el propio ombligo— todo esto se convierte en una oficina gris de almas cansadas.

Los mitos nos devuelven la visión perdida. Nos hacen ver el mundo como los niños y los santos lo ven: cargado de misterio. La fantasía medieval no huye de la realidad; la atraviesa, la despoja de su mugre y te la devuelve con sentido. Porque mientras tú te ríes del tipo que empuña una espada imaginaria, él está aprendiendo algo que tú has olvidado: que toda vida es una cruzada, y que todos llevamos un escudo, aunque el nuestro esté hecho de rutina y decepciones.



-Arte de Samwise Didier-

Es más fácil vivir anestesiado. Es más cómodo burlarse del caballero que cree en su causa que admitir que tú, con tu cinismo, has desertado. Pero al final, cuando la noche cae y se apagan las pantallas, lo que queda no es el sarcasmo, sino la pregunta que la fantasía siempre deja flotando:

¿De qué lado estás?

Porque sí, el mal existe, aunque hoy lo llamemos “pragmatismo”. Y el bien también, aunque lo disfracemos de ingenuidad. Y en medio, entre la espada y el dragón, estamos todos, buscando un sentido.

La fantasía medieval —bien entendida— no te aleja del mundo: te recuerda que aún vale la pena luchar por él.


Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

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