sábado, 29 de marzo de 2025

El Equilibrio entre la Magia y la Tecnología: Una Historia de Conjuros, Engranajes y Confusión

Lo primero que debe entenderse sobre la magia y la tecnología es que no se llevan bien. Bueno, en realidad, nada se lleva bien con la magia, si uno es honesto. La magia es esa prima rara que nadie quiere invitar a la fiesta porque siempre termina creando un agujero en el espacio-tiempo o sacando de la chistera una criatura tan rara que ni siquiera los biólogos mágicos saben qué hacer con ella. Es como si fuera la vieja amiga excéntrica que en vez de traer una botella de vino, trae una bestia invulnerable con cara de sorpresa y una capacidad ilimitada para hacer desaparecer las llaves del coche.

La tecnología, por otro lado, es esa otra prima —la que, con una sonrisa satisfecha, dice: "Eso es simple, sólo tienes que apretar este botón". En su mayoría, la tecnología funciona. O, al menos, lo intenta. Claro, en el camino deja un reguero de humo y piezas sueltas, y las probabilidades de que el aparato que acaban de inventar explote en la cara de alguien son casi de 3 a 1, pero en general tiene más éxito que la magia, que tiende a funcionar de manera… ¿cómo decirlo? irregular.




-Arte de Clyde Cadwell-


La magia, por supuesto, no tiene ningún problema con el desastre. De hecho, cuanto más caótico, mejor. "Más espectacular" es la palabra que usan los magos cuando intentan describir lo que llamamos "un pequeño accidente". Mientras tanto, la tecnología tiene ese incomprensible propósito de funcionar. Quiere que las cosas se resuelvan sin mucho alboroto ni luces de colores. Si la magia es una tormenta con relámpagos y truenos, la tecnología es ese tipo de tormenta en la que te quedas atrapado bajo la lluvia y, aunque te empapa, al menos sabes que la tormenta acabará en algún momento.

¿Dónde deja esto a la sociedad? Es bastante simple: en un estado constante de confusión. Imagina una ciudad donde los habitantes tienen que decidir si usar magia o tecnología para hacer las cosas. Tienes a los magos, que insisten en que cualquier cosa que no involucre chispas o explosiones mágicas no vale la pena hacerlo. Tienes a los ingenieros, que se sienten cómodos con el funcionamiento del mundo en términos muy prácticos, pero no pueden evitar que sus invenciones terminen siendo increíblemente ruidosas. Los que están en el medio, los ciudadanos comunes, no saben si temer a la magia o a la máquina de vapor que se les acerca a gran velocidad.

El equilibrio entre la magia y la tecnología, por supuesto, es un asunto delicado. ¿Y quién lo mantiene? Bueno, nadie realmente. Es un tipo de paz tensa, como esa que mantienen los gatos y los perros que se miran fijamente desde lados opuestos de la habitación.

Porque, al final, uno de los mayores problemas con el equilibrio entre la magia y la tecnología es que, si bien ambas son tremendamente poderosas, ambas tienen un pequeño inconveniente. Si la magia puede causar desastres y cambios repentinos de la realidad, la tecnología tiene una capacidad muy humana para crear problemas inesperados por pura acumulación de piezas desordenadas. Por ejemplo, cuando un mago intenta ponerle una tapa a la olla de presión con un hechizo de levitación, la última cosa que quiere es ver cómo el hechizo falla y manda la olla por el aire. Pero por supuesto, lo que realmente pasa es que la olla desaparece, y entonces nadie sabe qué ha pasado con la comida, ni con el hechizo, ni con el cocinero.

Por otro lado, la tecnología siempre tiende a resolver las cosas de manera eficiente, pero en un mundo lleno de magia, la eficiencia tiene el mismo atractivo que un ladrillo en la cara. La magia, con todo su caos y grandeza, no tiene tiempo para la eficiencia. La magia es más como un ejército de insectos que invaden una ciudad; es caótica, divertida, y, por alguna razón, el que la usa se siente increíblemente bien al respecto.

Claro, la verdadera pregunta es: ¿pueden la magia y la tecnología vivir juntas en paz? En una sociedad ideal, podrían, pero para eso tendrían que aprender a respetarse mutuamente. Los magos tendrían que aprender a que no todo se resuelve con un hechizo (aunque eso no les hará felices), y los ingenieros tendrían que dejar de ver la magia como algo esotérico y ridículo. Claro, se podrían hacer muchas cosas con la magia, pero ¿quién quiere lidiar con una caldera mágica que explota en medio de una conversación importante?

El futuro podría traer una mezcla, una especie de magia tecnológica, en la que las dos fuerzas se unan para crear maravillas inalcanzables por sí solas. Pero, por supuesto, también es probable que las dos se peleen hasta que todo se convierta en un caos de engranajes, hechizos y artefactos ardiendo. Al final, los magos y los ingenieros se miran y piensan: "No, no está funcionando", y deciden tomar un descanso mientras el resto del mundo sigue explotando a su alrededor.

La conclusión, por supuesto, es que la magia y la tecnología pueden, en su forma más pura, ser fuerzas absolutamente contradictorias. Pero también son, al mismo tiempo, extremadamente útiles para crear historias divertidas y desastrosas, que es, después de todo, lo que realmente importa.


Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

lunes, 24 de marzo de 2025

Marcial Lafuente Estefanía: El Sheriff del Pulp Español

Si la literatura de quiosco tuviera su propio Saloon del Más Allá, uno en el que los escritores de pulp se reunieran a contar historias mientras beben whisky de papel barato, es casi seguro que Marcial Lafuente Estefanía estaría allí, en una mesa de honor, justo entre Louis L’Amour y Zane Grey, observando el panorama con la resignación tranquila del pistolero que ha disparado más palabras de las que otros han soñado.

Hablemos con propiedad: el pulp no es un género, es una actitud. Es la certeza de que la vida es demasiado corta para páginas innecesarias y que lo importante es la acción, la justicia y el tipo con el sombrero que, con un poco de suerte, no será el primero en desenfundar, pero sí el último en quedar en pie. En este sentido, Lafuente Estefanía fue un maestro absoluto. Para España y América Latina, fue el equivalente a lo que Dashiell Hammett fue para el noir o H.P. Lovecraft para el horror cósmico: el creador de un universo narrativo con sus propias reglas, sus propios códigos de honor y, sobre todo, su propia y adictiva cadencia.



Nacido en 1903 y con una formación en ingeniería que parecía augurarle un destino más ligado a los números que a los duelos al amanecer, Lafuente Estefanía sobrevivió a la Guerra Civil Española para encontrar su verdadera vocación: escribir. Y vaya si lo hizo. Se dice que publicó miles de novelas del Oeste, aunque una cifra exacta sería tan difícil de establecer como contar los caballos en una estampida. Lo que es seguro es que sus historias inundaron quioscos y librerías, convirtiéndose en la compañía inseparable de generaciones de lectores que, entre viaje y viaje en tren, entre descanso y descanso en la faena diaria, se sumergían en un mundo donde el bien y el mal se resolvían a punta de revólver y con frases lacónicas dignas de un Spaghetti Western de Sergio Leone.

El problema con el pulp es que, por su propia naturaleza, tiende a ser menospreciado. Se le tacha de literatura menor, de mero entretenimiento. Pero lo cierto es que hay más nobleza en la pluma de un autor que sabe mantener el interés de sus lectores sin artilugios innecesarios que en mil pretenciosas novelas que se ahogan en su propio ombligo. Lafuente Estefanía entendía la clave del pulp: una historia bien contada es una historia bien vivida. Sus héroes no eran meros clichés, eran arquetipos, forjados en la tradición de los grandes mitos. Y aunque sus villanos eran crueles y despiadados, siempre había justicia, aunque esta llegara envuelta en el aroma del plomo caliente.

Podría decirse que la literatura de Lafuente Estefanía es la versión española del western norteamericano, pero eso sería quedarse corto. En realidad, es la cristalización de algo más grande: el afán universal por la aventura, por la lucha contra la injusticia, por la búsqueda de la redención en tierras donde la ley se impone no por decreto, sino por convicción. El suyo era un Oeste imaginado, sí, pero tan real como cualquier otro en la mente de sus lectores.

Hoy, cuando los quioscos han sido desplazados por pantallas y los héroes del pulp parecen relegados a la nostalgia, conviene recordar que la esencia de Lafuente Estefanía sigue viva. Porque mientras haya alguien que necesite una historia rápida, un viaje a un mundo donde la verdad es tan afilada como un cuchillo de monte y la justicia es tan certera como un disparo bien apuntado, el pulp nunca morirá. Y cuando eso ocurra, en algún rincón de ese Saloon del Más Allá, Lafuente Estefanía sonreirá, se ajustará el sombrero y volverá a escribir otro western, porque algunos pistoleros nunca bajan el arma.

Después de todo, alguien tiene que mantener viva la ley en la frontera del olvido.

 

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

La Última Batalla del Rey de los Geats

El cielo ardía con el rojo de un sol poniente, y sobre las colinas grises el humo serpenteaba como dedos de un dios moribundo. El anciano re...