martes, 6 de mayo de 2025

Personajes Marginales en la Fantasía: Un Mundo a Medio Camino Entre la Luz y la Oscuridad

Cuando hablamos de héroes en la literatura de fantasía, todos imaginamos a un caballero de brillante armadura, o una doncella con una espada mágica que puede dividir la oscuridad en dos. Pero, y si te dijera que, en realidad, los personajes más interesantes suelen estar en los márgenes. Y no hablo solo de los márgenes de un mapa de fantasía, esos oscuros y misteriosos territorios donde nadie se atreve a ir, sino de los márgenes de las historias mismas. Esos personajes que no se ajustan a los roles predefinidos, que no encajan en la categoría de "héroe" o "villano" y que a menudo nos hacen preguntarnos: ¿qué demonios estoy leyendo?

Esos, mis queridos lectores, son los personajes marginales, esos seres que desafían las expectativas, que caminan en el borde de la moralidad, que están lo suficientemente lejos de la línea recta como para parecer que están fuera de foco.

Lo primero que hay que aclarar es que el personaje marginal no es ni bueno ni malo. Es algo intermedio, algo que está en el limbo de la indecisión. Estos personajes no tienen el lujo de la claridad moral que acompaña a un héroe clásico ni la maldad obvia que caracteriza a un villano de opereta. Son las personas que, si te los encuentras en la calle, probablemente no sabrías si invitarlos a tomar un té o correr en dirección contraria.

Pero esa ambigüedad es lo que los hace tan fascinantes. Pensemos en personajes como Rincewind, el mago de El color de la magia de Terry Pratchett. No es un héroe. No es un villano. Es un individuo cuya mayor habilidad es escapar de situaciones en las que ni siquiera el viento quiere meterse. Sin embargo, lo que lo convierte en un personaje memorable no es su falta de valentía, sino su constante voluntad de sobrevivir a toda costa, sin importar a quién tenga que arrastrar consigo en el proceso.

A lo largo de la historia de la fantasía, el atractivo de los personajes marginales ha sido evidente. ¿Quién no disfruta de los matices de personajes como Tyrion Lannister en Juego de Tronos o los complejos y humanos personajes de la trilogía de Lyonesse de Jack Vance? Hay algo hipnótico en aquellos que no se ajustan a las etiquetas sencillas, algo que invita a la reflexión: ¿qué haríamos nosotros en su lugar?



-Arte para la novela El Jardín de Suldrun de Jack Vance por Enrique Corominas-

Y ahí está la clave: los personajes marginales son un espejo de la humanidad misma. No todo es blanco o negro, no todo es de una sola pieza. La vida es más bien una gama de grises, y los marginales nos muestran cómo navegar por este espectro. Son la prueba de que no es necesario ser completamente bueno ni completamente malo para ser interesante.

En este punto, podemos pensar en el personaje marginal como un explorador entre el claro y el oscuro. Mientras que los héroes típicos brillan como un faro de luz (y no, no me refiero a ese tipo de luz, esa que te deja ciego), y los villanos se esconden en las sombras con planes oscuros, los marginales viven en el delicado espacio intermedio. Un buen ejemplo sería el temible (y ocasionalmente entrañable) Snufkin de Moomin de Tove Jansson. No es un villano, ni un héroe, pero su independencia y su actitud errante lo convierten en una figura que escapa de cualquier clasificación sencilla.

Y, por supuesto, volvemos a Terry Pratchett, quien perfeccionó el arte del marginal con personajes como el propio Muerte, quien siempre parece tener un toque de simpatía por los mortales, pero nunca deja de ser la representación de lo inevitable. La muerte misma en la obra de Pratchett es tan marginal como puede serlo un personaje.

Los personajes marginales existen para recordarnos que la vida no es una cuestión de "blanco y negro". A veces, las decisiones más importantes se toman sin un claro sentido de lo correcto o incorrecto. Por ejemplo, el ladronzuelo que roba un pan, pero que lo hace para alimentar a su familia, ¿es un villano? Tal vez un héroe, tal vez un superviviente, pero, en muchos casos, simplemente un ser humano con sus propios principios.

Los marginales no solo son una herramienta narrativa, sino que son reflejos de nuestros propios dilemas. Nos recuerdan que, a veces, el bien no es tan claro como una espada brillante. A veces, ser "bueno" significa tomar decisiones difíciles, y ser "malo" puede ser simplemente una cuestión de perspectiva.

Tal vez no llevan espadas ni coronas, pero los personajes marginales poseen algo igual de poderoso: la libertad de ser impredecibles. Y eso, en cualquier mundo, es pura magia.

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

lunes, 5 de mayo de 2025

Sir Quejote y el Gran Desgaste

Sir Quejote no era un caballero como los de antes. De hecho, ni siquiera era caballero oficialmente. Solo se hacía llamar así porque había encontrado una armadura oxidada en un mercado de pulgas y le gustaba cómo sonaba cuando caminaba: clonk-clink-crack. Era, según él, un “guerrero del alma”, lo cual no significaba absolutamente nada, pero sonaba bien en sus discursos.

Acompañado por su fiel escudero, Sancho Uno—un maniquí de tienda atado a una carretilla oxidada que usaba como burro—Sir Quejote vagaba por los campos post-apocalípticos del Reino de Mediavacía, buscando injusticias que se dejaran corregir o al menos conversar.

—¡Sancho, mira! —exclamó una mañana, señalando tres figuras sentadas al borde de una trinchera olvidada—. ¡Tres caballeros caídos por el peso del deber! ¡Vamos a levantarlos con poesía!

Los tres soldados no se movieron. Porque eran estatuas. De hormigón. Parte de una vieja instalación artística titulada “Dolor y presupuesto militar”. Pero eso no detuvo a Quejote.

—¡Ánimo, hermanos del acero emocional! Yo también lucho contra gigantes invisibles: la burocracia, el tedio, y esa señora del archivo que nunca encuentra mi expediente.

—No te oyen —murmuró una voz. Era un cuervo que llevaba un casco de latón y olía vagamente a sarcasmo.

—¿Tú qué sabes? —replicó Quejote, ofendido—. No todos los héroes necesitan ser escuchados. Algunos solo necesitan hablar mucho hasta que alguien se rinda y les dé una medalla.

El cuervo lo miró largo rato, luego soltó un graznido que sonó sospechosamente como una risa.

—¿Y cuál es tu misión real, Sir Quejote?

—Salvar el mundo, claro.

Esa noche, bajo un cielo donde las estrellas parecían tener resaca, Quejote se sentó frente a los soldados de piedra. Sacó su flauta desafinada. Tocó algo que podría haber sido música si las leyes de la acústica fueran más tolerantes.

—A veces, Sancho —le dijo al maniquí—, uno no pelea por ganar. Pelea para no oxidarse por dentro.

El viento no respondió. Pero si lo hubiera hecho, seguro se habría burlado un poco y luego le habría ofrecido un cigarro.



La Última Batalla del Rey de los Geats

El cielo ardía con el rojo de un sol poniente, y sobre las colinas grises el humo serpenteaba como dedos de un dios moribundo. El anciano re...