Sir Quejote no era un caballero como los de antes. De hecho, ni siquiera era caballero oficialmente. Solo se hacía llamar así porque había encontrado una armadura oxidada en un mercado de pulgas y le gustaba cómo sonaba cuando caminaba: clonk-clink-crack. Era, según él, un “guerrero del alma”, lo cual no significaba absolutamente nada, pero sonaba bien en sus discursos.
Acompañado por su fiel escudero, Sancho Uno—un maniquí de tienda atado a una carretilla oxidada que usaba como burro—Sir Quejote vagaba por los campos post-apocalípticos del Reino de Mediavacía, buscando injusticias que se dejaran corregir o al menos conversar.
—¡Sancho, mira! —exclamó una mañana, señalando tres figuras sentadas al borde de una trinchera olvidada—. ¡Tres caballeros caídos por el peso del deber! ¡Vamos a levantarlos con poesía!
Los tres soldados no se movieron. Porque eran estatuas. De hormigón. Parte de una vieja instalación artística titulada “Dolor y presupuesto militar”. Pero eso no detuvo a Quejote.
—¡Ánimo, hermanos del acero emocional! Yo también lucho contra gigantes invisibles: la burocracia, el tedio, y esa señora del archivo que nunca encuentra mi expediente.
—No te oyen —murmuró una voz. Era un cuervo que llevaba un casco de latón y olía vagamente a sarcasmo.
—¿Tú qué sabes? —replicó Quejote, ofendido—. No todos los héroes necesitan ser escuchados. Algunos solo necesitan hablar mucho hasta que alguien se rinda y les dé una medalla.
El cuervo lo miró largo rato, luego soltó un graznido que sonó sospechosamente como una risa.
—¿Y cuál es tu misión real, Sir Quejote?
—Salvar el mundo, claro.
Esa noche, bajo un cielo donde las estrellas parecían tener resaca, Quejote se sentó frente a los soldados de piedra. Sacó su flauta desafinada. Tocó algo que podría haber sido música si las leyes de la acústica fueran más tolerantes.
—A veces, Sancho —le dijo al maniquí—, uno no pelea por ganar. Pelea para no oxidarse por dentro.
El viento no respondió. Pero si lo hubiera hecho, seguro se habría burlado un poco y luego le habría ofrecido un cigarro.
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