viernes, 25 de abril de 2025

Sobre Kobolds, Dragones, y la Ferocidad Olvidada

Por Sir Pelagio Nuncamiro, historiador de dudosa reputación y autor de «¡No me Muerda!: Una guía de campo para lidiar con cosas pequeñas pero homicidas».

Hoy día, los kobolds son universalmente conocidos como esas pequeñas criaturas escamosas que apenas alcanzan la estatura necesaria para discutir con un enano sobre cuál de los dos es más ridículo.

Sin embargo, en el Antiguo y Grandiosamente Violento Pasado, particularmente en los tiempos ancestrales de Dungeons & Dragons, los kobolds eran figuras de terror que hacían gala de una ferocidad sorprendentemente desproporcionada respecto a su tamaño, su masa corporal y, en muchos casos, su cociente intelectual.

La historia sostiene (principalmente porque los kobolds no permiten que nadie escriba una versión alternativa sin recibir una lluvia de dardos envenenados) que ellos descienden de dragones, criaturas de majestuosidad, poder mágico y suficiente arrogancia como para necesitar habitaciones especialmente altas.

Los primeros kobolds eran algo distintos: tenían escamas brillantes, una actitud absolutamente homicida, y la costumbre muy desagradable de lanzarse en enjambres chirriantes sobre cualquier cosa más grande que ellos, lo cual, desafortunadamente para la biodiversidad del mundo, era prácticamente todo.

Un solo kobold podía ser ignorado.
Cincuenta kobolds podían arrasar un pequeño asentamiento.
Cien kobolds eran considerados oficialmente un evento natural desastroso, como los incendios forestales o la lluvia de ranas.

Su ferocidad estaba tan bien documentada que incluso dragones más jóvenes se pensaban dos veces antes de invitar a un grupo de kobolds a una fiesta, no fuera que terminaran sin cubiertos, sin cortinas y, de alguna manera, sin techo.

Entonces, como suele pasar en la historia (y en partidas particularmente desafortunadas de D&D), el glorioso pasado de violencia kobold se fue... diluyendo.

Puede haber varias razones para esto:

  • La invención del calzado reforzado, que les dificultaba morder tobillos exitosamente.
  • La costumbre de los héroes novatos de probar sus habilidades mágicas con grupos de kobolds antes de enfrentarse a enemigos reales.
  • La aparición de los contratos de seguro para aldeas, que pagaban más si podían demostrar que el ataque había sido por criaturas "temibles y de renombre" y no simplemente "por pequeños lagartos gritones".

Ahora, los kobolds son más conocidos por sus trampas caseras, su creatividad a la hora de morir espectacularmente y su lealtad obsesiva a cualquier cosa con alas y aliento flamígero.

Pero en su corazón diminuto y lleno de rencor, aún se creen descendientes de los dragones más temibles que alguna vez surcaron los cielos.
Y de vez en cuando, sólo de vez en cuando, un kobold recuerda.

Y luego corre a esconderse, claro, porque no es tonto.

Quizás, en algún rincón olvidado del mundo, existe una caverna donde los kobolds aún rugen como dragones diminutos, ondean banderas hechas de calcetines robados, y cuentan historias de los días gloriosos cuando un solo grupo de ellos podía desatar el miedo en los corazones humanos.

 

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

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