martes, 9 de diciembre de 2025

Lobos, paraísos y búsquedas que nunca terminan

Todos hemos sido un lobo alguna vez. Un bicho fuera de lugar. Un caminante que no sabe exactamente hacia dónde va, pero sospecha que detenerse sería peor. Todos hemos tenido una manada también, aunque a veces solo la encontramos por un rato. Gente con la que caminar se siente menos difícil. Personas que no te preguntan por qué sigues buscando un sitio imposible, sino que simplemente caminan contigo y, en una noche particularmente mala, te pasan un poco de calor. En algún punto, creo que Wolf’s Rain nos duele porque nos recuerda que muchas de nuestras búsquedas son, en el fondo, actos de fe irracionales. Creer en algo que no podemos ver. Amar un destino que nadie ha demostrado que exista. Seguir adelante cuando el mundo es una ciudad rota, llena de puertas cerradas.

El anime podría haberse ahorrado todo eso. Podría haber sido más amable. Más claro. Podría habernos mostrado un final pulcro, envuelto para regalo, con un lacito y un mensaje de “todo estuvo bien”. Pero no lo hace. Y esa falta de certezas (ese silencio) es lo que deja la nostalgia prendida como un brasero. No quema. Pero tampoco se apaga.

He visto a mucha gente explicar su amor por esta serie con argumentos complejos, metáforas brillantes, análisis profundos sobre la existencia y la soledad. Y están bien, claro. Hay belleza en las palabras bien colocadas.

Pero yo siempre vuelvo a la misma imagen:
la de un grupo de lobos caminando juntos por un mundo que no los quiere, siguiendo una promesa tenue, casi ridícula, de que existe un sitio donde las cosas encajan.

Eso, en esencia, es lo que hacemos todos. Algunos buscan un hogar. Otros, una persona. Otros, una versión de sí mismos que perdieron en algún punto del camino. Pero caminamos igual.

Quizá por eso Wolf’s Rain se convierte en el anime favorito de quien lo ve en el momento preciso o el equivocado, que muchas veces es lo mismo. Porque no es solo un anime: es una forma de decir “sí, yo también he sentido eso, aunque no sepa ponerlo en palabras”.

No sé si existe el Paraíso. Quizá no. Pero hay cierta belleza (una belleza triste, sí, pero belleza al fin) en la idea de seguir buscándolo. De seguir andando. De compartir el camino con la propia manada, aunque sea pequeña, aunque a veces solo conste de ti y un recuerdo que se niega a morir.

Al final, eso es lo que nos queda:
el paso siguiente,
la esperanza testaruda,
y la certeza íntima de que incluso si no pertenecemos al mundo,
seguimos aquí.
Caminando.

Y, por extraño que suene, eso es suficiente.



Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.


 

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