jueves, 20 de febrero de 2025

El mundo necesita más héroes con espadas grandes y destinos absurdos

En estos tiempos modernos de fantasía cínica, en los que los héroes se pasan más tiempo contemplando su propia miseria que rescatando doncellas o apuñalando dragones en lugares anatómicamente cuestionables, es momento de hacer una pregunta importante: ¿Qué diablos pasó con la buena y vieja fantasía medieval?

Sí, me refiero a esa fantasía con reinos que inexplicablemente solo tienen una ciudad importante, con tabernas donde el protagonista encuentra información crucial al segundo trago de hidromiel, y donde los magos usan túnicas con estrellitas no porque sea práctico, sino porque la moda es un concepto relativo.


-Keith Parkinson-

En algún punto, alguien decidió que todo eso era demasiado infantil, que la gente ya no quería profecías grandilocuentes ni reyes con espadas forjadas en tiempos antiguos, sino antihéroes cínicos que hacen monólogos sobre la vacuidad de la existencia antes de acuchillar a alguien en un callejón oscuro. No me malinterpreten, hay espacio para eso. Pero también hay espacio, y debe haberlo, para los campesinos destinados a ser reyes, los caballeros con códigos de honor ridículamente estrictos, y los hechiceros que, sin importar su poder cósmico ilimitado, siguen dependiendo de un aprendiz torpe para encontrar sus propios calcetines.

La fantasía medieval clásica tenía un encanto innegable. Tenía sentido. No un sentido realista, claro, pero el tipo de sentido que hace que un lector se sienta como en casa. Porque, seamos honestos, si un día te encuentras en una situación de vida o muerte, ¿a quién preferirías a tu lado? ¿Un caballero noble con una espada mágica o un mercenario con una crisis existencial y deudas de juego?

Los libros modernos parecen obsesionados con la idea de que el mundo debe ser oscuro, cruel y lo más parecido posible a la vida real, como si los lectores abrieran una novela de fantasía para recordar el estado del mercado inmobiliario y el costo del pan. Pero la fantasía medieval clásica nos recordaba algo fundamental: que en algún lugar del mundo, incluso si ese mundo es ficticio, hay un grupo de héroes con una probabilidad estadísticamente absurda de éxito cabalgando hacia la puesta de sol. Y que, a veces, eso es exactamente lo que necesitamos.


Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

martes, 18 de febrero de 2025

Los bardos y el arte de exagerar historias

Si hay algo que todos sabemos sobre los bardos es que nunca dejan que la verdad arruine una buena historia. Ya sea en tabernas mal iluminadas o en los salones de los reyes, estos carismáticos narradores han sido los verdaderos arquitectos de la fantasía mucho antes de que existieran los escritores con sus editoriales y campañas de marketing. Porque, admitámoslo, sin su don para la exageración, el 90% de las historias épicas serían simples anécdotas sobre un tipo que una vez se peleó con un pato particularmente agresivo.


-Terry Dykstra-

La historia de la exageración comienza con el bardo primigenio, aquel trovador errante que descubrió que un "caballero valiente mató a un lobo" sonaba mucho menos impresionante que "el legendario paladín, con su espada encantada por los dioses, se enfrentó a una bestia infernal de tres metros". Así nació la literatura fantástica.

Los bardos medievales, con sus laúdes y sus copas de hidromiel, entendieron algo fundamental: los héroes son tan grandes como su publicista quiera que sean. De ahí que historias sobre guerreros normales se convirtieran en epopeyas donde la sangre manchaba el cielo y las espadas cortaban montañas por la mitad. Porque si una historia no incluye al menos un dragón y un destino trágico, ¿es siquiera una historia?

Ejemplos clásicos de exageraciones bardísticas

1.      Beowulf vs. Grendel – Es probable que el verdadero Beowulf solo haya golpeado a un tipo particularmente feo en una taberna, pero mil repeticiones después, el "tipo feo" era un monstruo invulnerable y Beowulf un semidiós.

2.      El Cid Campeador – Rodrigo Díaz de Vivar fue un mercenario con buen ojo para los negocios, pero los juglares decidieron que necesitaba ser el arquetipo del caballero perfecto. Así que, por supuesto, hasta ganó una batalla después de muerto.

3.      El Rey Arturo – Un caudillo britano que probablemente nunca vio una mesa redonda se convirtió en el monarca de la fantasía por excelencia, gracias a siglos de bardos entusiasmados.

La literatura fantástica moderna toma eventos mundanos y los adorna hasta que parezcan dignos de un cantar de gesta. ¿El viaje de un héroe? Básicamente, una mudanza contada con más explosiones.

Los bardos modernos no tocan el laúd, pero escriben sagas interminables con héroes destinados a salvar el mundo y villanos tan malvados que probablemente patean cachorros en su tiempo libre. Y todo porque la realidad, sin una buena dosis de exageración, simplemente no vende.

Así que la próxima vez que escuches una historia demasiado épica para ser verdad, recuerda: un bardo, en algún lugar del pasado, probablemente tenía una cuenta pendiente con la verdad y un público que pedía algo más espectacular.

 

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

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