jueves, 7 de noviembre de 2024

La Plaga del Dios Caído

"Y así fue cómo, en los albores de la Guerra de los Avatares, el mismo tiempo desgarró el velo entre los mundos y el hambre de los dioses se vertió sobre el mundo de los mortales. Llegaron con formas humanas, pero llevaban consigo el peso de deseos antiguos, cada uno movido por una obsesión, una promesa, un delirio divino que los hombres y mujeres no podían ni imaginar."

Entre ellos, hubo uno cuyo nombre, perdido ahora en el olvido, aún retumba en los susurros de aquellos que han mirado al abismo. A este dios caído se lo conocía como el Portador de las Sombras, aunque su nombre y su rostro han sido engullidos por la niebla de siglos. Bajo cielos teñidos de sangre y relámpagos, descendió con una forma de carne, una con la que sintió el dolor y la lujuria del cuerpo. Pero este Portador fue distinto de los otros: mientras sus hermanos consumían y se retiraban con rapidez para no quedar atrapados en la mortalidad, él se perdió en la sed, embriagado por el éxtasis de sentir los límites de la carne y el poder que el miedo humano podía ofrecerle.

Con los días, se le vio errante por los campos arrasados de la guerra, con los ojos vacíos como un pozo sin fin. Sentía algo que los dioses no debían sentir: hambre. Con cada vida que tomaba, cada gota de sangre que consumía, su divinidad se destilaba en un veneno oscuro que brotaba de sus venas, hasta que él mismo comenzó a arder con el veneno en su interior, como si el mismo destino hubiese transformado su esencia en un río de desesperación.

"Fue entonces cuando el Portador, desquiciado y envuelto en un delirio febril, comprendió que ya no recordaba ni su nombre ni su propósito. Había olvidado incluso el rostro de los otros dioses, sus iguales. Solo quedaba el deseo insaciable, un apetito que no podía calmar. Así nació el primer Maldito, y su piel se tornó pálida, su aliento se hizo espeso con el hedor de la muerte, y el mismo sol rehusó acariciarlo."

A medida que vagaba, dejaba tras de sí un rastro de sombras, y aquellos que se cruzaban en su camino eran consumidos. Su sangre, espesa y negra como la noche más profunda, se volvía un mal contagioso. Solo una gota era suficiente para transformar a los mortales en espectros de su voluntad, criaturas esclavizadas por su misma hambre, condenadas a seguirlo eternamente bajo el yugo de su deseo. El Portador los convertía en sombras de sí mismo, almas encadenadas en carne muerta, una plaga que los pueblos comenzaron a llamar los Sanguíneos, o como se les conoce en la lengua antigua, vampiros.


-Ilustración- Vikingmyke

"Y así, el Portador marchó a través de la tierra, y donde caía una gota de su veneno, brotaba una herida en el mundo. El aire se volvía irrespirable, las plantas morían y las criaturas huían despavoridas. Los vampiros nacían allí, encadenados por una sed que jamás podría satisfacerse, destinados a seguir su llamado. Eran la sombra y el hambre misma encarnadas, la venganza de un dios olvidado que había renunciado a todo, menos a su deseo."

Los reinos antiguos, enfrentados por los avatares, fueron diezmados tanto por los ejércitos como por esta nueva peste. Dondequiera que el Portador descansaba, las sombras se espesaban y los campos morían, y en cada rincón donde respiraba, sus criaturas se multiplicaban. Durante años, asoló pueblos enteros, expandiendo su plaga y llevando su nombre más allá de cualquier frontera, aunque ni él mismo recordara su propio origen.

Finalmente, el Portador de las Sombras se perdió en el silencio de la historia, o al menos así se cuenta en las leyendas. Dicen que encontró su fin en una región donde el sol nunca se ocultaba, y su carne ardió hasta ser nada más que cenizas. Sin embargo, su veneno sigue en el mundo, atrapado en los descendientes de los vampiros, criaturas perpetuamente consumidas por el mismo apetito insaciable que su progenitor no pudo apaciguar.

"Así, los vampiros perduran, espectros de una era en la que los dioses caminaban sobre la tierra. Cada vez que un alma se consume, cada vez que un hombre es reducido a cenizas bajo el hambre de uno de estos hijos oscuros, el recuerdo del Portador de las Sombras se aviva, y su esencia revive en cada gota de sangre caída en el suelo."

 

domingo, 3 de noviembre de 2024

Dragones: Sombras de un Reino Olvidado

Desde los albores de la narración humana, los dragones han habitado en las leyendas como sombras antiguas que acechan en las profundidades de la tierra o en los cielos tormentosos. Son criaturas que existen más allá de lo común y lo conocido, recordándonos los días en que el mundo era joven y el misterio envolvía cada rincón del paisaje. En esos días antiguos, los dragones eran ya seres venerados y temidos, símbolo de lo remoto, lo indomable y lo peligroso.

Un dragón no es solo una bestia; es la manifestación misma de fuerzas que los mortales apenas comprenden: la codicia, el poder, el hambre de dominio y la astucia. Es por ello que en las grandes leyendas de la fantasía medieval, el dragón no solo guarda tesoros. Guarda secretos, poder, y a menudo es un recordatorio de épocas que se desvanecen en las brumas del tiempo. La figura del dragón encarna lo más antiguo del mundo, lo que ningún hombre, ni el más poderoso rey o guerrero, puede reclamar como propio.

Ilustración -Roger Raupp-

Los dragones poseen una sabiduría extraña, una mezcla de inteligencia y astucia, que se desmarca de la simple brutalidad de otras criaturas poderosas. Sus mentes son antiguas, sus pensamientos vastos y lentos, y sus palabras —cuando deciden hablar— están cargadas de un conocimiento oscuro que pocos mortales comprenden. Ellos han visto surgir y caer a imperios enteros, y entienden las debilidades de los hombres, sus deseos y sus temores.

Pero no es una sabiduría benevolente. Los dragones son figuras profundamente ambivalentes, criaturas cuyas miras están tan por encima de las preocupaciones humanas que su moralidad se convierte en algo insondable. La codicia y el orgullo laten en su pecho de manera insaciable. No les basta solo poseer el oro o las gemas; los dragones necesitan dominar. Su codicia no es la de un mortal, sino una sed de poder absoluto que transforma todo lo que tocan, sumiéndolo en sombras.

Para los dragones, la posesión del oro, las joyas y los objetos preciosos no es solo una acumulación de riqueza. Es una manera de apropiarse del poder que otros crearon o poseyeron, de absorber la esencia misma de la vida que esos objetos simbolizan. La guarida de un dragón es, en cierto modo, su reino: un lugar donde su voluntad se extiende sobre todo lo que brilla y resplandece, como si el dragón transformara el valor ajeno en una prolongación de su propio ser.

Aquí yace el enigma de los dragones: aunque sus tesoros se presentan como bienes materiales, su significado va mucho más allá de lo tangible. La guarida del dragón es un espacio en el que se concentra el poder oscuro de la codicia desbordada, un lugar donde el tiempo se congela y la vida parece perder sentido bajo el peso de un deseo antiguo y perverso. En este sentido, la guarida de un dragón es un lugar cargado de magia y de simbolismo, un santuario oscuro de la avaricia que amenaza con devorar al héroe que ose aventurarse en él.

Para cualquier héroe, enfrentarse a un dragón es el mayor de los desafíos. No es una simple prueba de fuerza o habilidad en combate, sino una prueba del carácter mismo. El dragón, con toda su fuerza, astucia y antigüedad, representa la tentación definitiva. Para vencerlo, el héroe debe superar no solo al dragón, sino también sus propios deseos y temores.

En cada dragón yace un reflejo de los impulsos más oscuros del corazón humano: la ambición desmedida, la búsqueda de poder a cualquier precio, el deseo de acumular y poseer lo que pertenece a otros. Enfrentarse a un dragón es enfrentarse a estas fuerzas internas. Y así, el dragón actúa no solo como adversario, sino también como maestro en el arte de dominar el alma, pues en su prueba se esconde el recordatorio de que solo quienes son verdaderamente humildes y fuertes de espíritu pueden salir victoriosos.

Más que meras criaturas de fuego y destrucción, los dragones son guardianes de lo arcano. Representan las fuerzas profundas y olvidadas del mundo, el poder que late bajo la superficie de las cosas, esperando ser despertado o desafiado. En la narrativa de la fantasía, los dragones son necesarios porque encarnan algo más allá de la simple acción o del conflicto: son un recordatorio de que el mundo está lleno de misterios y de que, por mucho que lo intentemos, hay fuerzas en el universo que no podemos dominar.

En cada historia donde moran los dragones, se nos revela un fragmento de la esencia del mundo antiguo, de una era donde el poder era tan puro y terrible que incluso los dioses temblaban ante él. Los dragones nos muestran lo que ocurre cuando las fuerzas más antiguas se enfrentan a los mortales, y nos recuerdan que, a veces, la verdadera aventura no es la batalla, sino el respeto y la humildad frente a aquello que nunca comprenderemos del todo.

 

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

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Por un crítico anónimo que insiste en que los efectos especiales no importan si la capa ondea lo suficiente. Hay algo maravillosamente recon...