"Y así fue cómo, en los albores de la Guerra de los Avatares, el mismo tiempo desgarró el velo entre los mundos y el hambre de los dioses se vertió sobre el mundo de los mortales. Llegaron con formas humanas, pero llevaban consigo el peso de deseos antiguos, cada uno movido por una obsesión, una promesa, un delirio divino que los hombres y mujeres no podían ni imaginar."
Entre ellos, hubo uno cuyo nombre, perdido ahora en el olvido, aún retumba en los susurros de aquellos que han mirado al abismo. A este dios caído se lo conocía como el Portador de las Sombras, aunque su nombre y su rostro han sido engullidos por la niebla de siglos. Bajo cielos teñidos de sangre y relámpagos, descendió con una forma de carne, una con la que sintió el dolor y la lujuria del cuerpo. Pero este Portador fue distinto de los otros: mientras sus hermanos consumían y se retiraban con rapidez para no quedar atrapados en la mortalidad, él se perdió en la sed, embriagado por el éxtasis de sentir los límites de la carne y el poder que el miedo humano podía ofrecerle.
Con los días, se le vio errante por los campos arrasados de la guerra, con los ojos vacíos como un pozo sin fin. Sentía algo que los dioses no debían sentir: hambre. Con cada vida que tomaba, cada gota de sangre que consumía, su divinidad se destilaba en un veneno oscuro que brotaba de sus venas, hasta que él mismo comenzó a arder con el veneno en su interior, como si el mismo destino hubiese transformado su esencia en un río de desesperación.
"Fue entonces cuando el Portador, desquiciado y envuelto en un delirio febril, comprendió que ya no recordaba ni su nombre ni su propósito. Había olvidado incluso el rostro de los otros dioses, sus iguales. Solo quedaba el deseo insaciable, un apetito que no podía calmar. Así nació el primer Maldito, y su piel se tornó pálida, su aliento se hizo espeso con el hedor de la muerte, y el mismo sol rehusó acariciarlo."
A medida que vagaba, dejaba tras de sí un rastro de sombras, y aquellos que se cruzaban en su camino eran consumidos. Su sangre, espesa y negra como la noche más profunda, se volvía un mal contagioso. Solo una gota era suficiente para transformar a los mortales en espectros de su voluntad, criaturas esclavizadas por su misma hambre, condenadas a seguirlo eternamente bajo el yugo de su deseo. El Portador los convertía en sombras de sí mismo, almas encadenadas en carne muerta, una plaga que los pueblos comenzaron a llamar los Sanguíneos, o como se les conoce en la lengua antigua, vampiros.
"Y así, el Portador marchó a través de la tierra, y donde caía una gota de su veneno, brotaba una herida en el mundo. El aire se volvía irrespirable, las plantas morían y las criaturas huían despavoridas. Los vampiros nacían allí, encadenados por una sed que jamás podría satisfacerse, destinados a seguir su llamado. Eran la sombra y el hambre misma encarnadas, la venganza de un dios olvidado que había renunciado a todo, menos a su deseo."
Los reinos antiguos, enfrentados por los avatares, fueron diezmados tanto por los ejércitos como por esta nueva peste. Dondequiera que el Portador descansaba, las sombras se espesaban y los campos morían, y en cada rincón donde respiraba, sus criaturas se multiplicaban. Durante años, asoló pueblos enteros, expandiendo su plaga y llevando su nombre más allá de cualquier frontera, aunque ni él mismo recordara su propio origen.
Finalmente, el Portador de las Sombras se perdió en el silencio de la historia, o al menos así se cuenta en las leyendas. Dicen que encontró su fin en una región donde el sol nunca se ocultaba, y su carne ardió hasta ser nada más que cenizas. Sin embargo, su veneno sigue en el mundo, atrapado en los descendientes de los vampiros, criaturas perpetuamente consumidas por el mismo apetito insaciable que su progenitor no pudo apaciguar.
"Así, los vampiros perduran, espectros de una era en la que los dioses caminaban sobre la tierra. Cada vez que un alma se consume, cada vez que un hombre es reducido a cenizas bajo el hambre de uno de estos hijos oscuros, el recuerdo del Portador de las Sombras se aviva, y su esencia revive en cada gota de sangre caída en el suelo."