viernes, 6 de septiembre de 2024

El Trono de Huesos

Bajo la luz turbia de las antorchas y las linternas que apenas rompían la negrura, la ciudad de Cairnvaleth se alzaba como un monstruo hecho de piedra y putrefacción. Las calles serpenteaban como las tripas de una bestia moribunda, húmedas y llenas de charcos de barro que olían a sangre, excremento y desesperación. Las gárgolas de piedra que coronaban las casas torcidas observaban con ojos ciegos y desgastados, como si estuvieran acostumbradas al hedor de la muerte y la miseria.

Dantus, un mercenario de rostro ajado y cicatrices que hablaban de demasiadas batallas y demasiados cadáveres, avanzaba con paso decidido por el callejón más oscuro de Cairnvaleth. El viento soplaba desde el puerto, trayendo consigo la peste de los cuerpos apilados en las fosas comunes que se llenaban día a día. Su capa de cuero pesado rozaba el suelo en silencio mientras sus botas de hierro hacían un ruido hueco, cada paso un recordatorio de la violencia que lo seguía como una sombra.

Giró la esquina y vio al hombre que esperaba: Tovar, un traficante de esclavos y venenos, un perro traicionero con el alma más podrida que la ciudad misma. Se encontraba apoyado contra una pared de piedra, con los brazos cruzados y una sonrisa que no alcanzaba los ojos.

—Llegas tarde, Dantus —dijo Tovar, escupiendo al suelo con desdén—. Creí que un profesional como tú sabría ser puntual.

Dantus lo miró con frialdad. Sabía que Tovar era como una rata de alcantarilla: se escondía en la suciedad, y cuando salía a la superficie, siempre era para morder.

—Me pagan por matar, no por ser puntual —respondió Dantus, su tono como el filo de una espada desenvainada—. ¿Qué quieres, Tovar? No tengo tiempo para tus juegos.

Tovar se rió, una risa gutural que resonó en las paredes estrechas del callejón.

—Lo que quiero es simple. Un trabajo grande, muy por encima de tus habituales trabajos de carnicero. Necesito que mates a alguien que tiene más poder que tú... y mucha más protección.

—Nombres, Tovar. No estoy para adivinanzas.

El traficante se inclinó hacia adelante, su rostro deformado por la escasa luz, y susurró:

Lady Ildara. la voz en la sombra, la que mueve los hilos de Cairnvaleth.

Dantus sintió una punzada en el estómago, no de miedo, sino de molestia. Todos en Cairnvaleth conocían a Lady Ildara. Era la mujer que controlaba a los paladines del inframundo en aquella ciudad maldita, la matriarca de la corrupción. Nadie vivía lo suficiente como para hablar mal de ella.

—Estás loco —escupió Dantus—. Esa perra tiene más hombres que el rey. Si quisiera morir, me tiraría de una torre.

Tovar sonrió con una crueldad en los labios.

—Quizá no tengas elección. Ya estás marcado, Dantus. Ildara sabe de ti, y te quiere fuera. O actúas ahora, o ella te encontrará primero. Y créeme... lo que te hará no se comparará con lo que le has hecho a tus víctimas.

El silencio que siguió fue espeso, lleno de amenaza. Dantus sabía que Tovar no mentía. Había escuchado rumores de las torturas que Ildara infligía a aquellos que le fallaban. Leyendas de los gritos que resonaban en los sótanos de su palacio.

—Dame la mitad del pago ahora —dijo Dantus, finalmente—. Y un nombre. Quiero saber quién me vendió.

Tovar sonrió, satisfecho. Sacó una bolsa de cuero del interior de su abrigo y la arrojó a los pies de Dantus. Esta hizo un sonido metálico al caer al suelo.

—No estás en posición de exigir mucho. Pero te diré algo: quien te vendió... trabaja muy cerca de ti. Podrías hasta decir que confías en él.

Los ojos de Dantus se estrecharon. Tovar le estaba jugando una trampa, como siempre, pero el mercenario sabía que lo más seguro en Cairnvaleth era desconfiar de todos.

—Será mejor que no me traiciones —advirtió Dantus, metiendo la bolsa en su cinturón—. O te cortaré la lengua antes de que puedas soltar una palabra más.

Dantus se marchó, dejando a Tovar en la oscuridad. Sentía una tensión creciendo en el ambiente, como si el aire mismo supiera que la sangre estaba por correr.

Horas después, Dantus se deslizó dentro del palacio de la matriarca de la corrupción, la residencia de Lady Ildara. Las sombras en las paredes parecían tener vida propia, como serpientes esperando su oportunidad para atacar. El mercenario había escalado las murallas usando ganchos y cuerdas, esquivando guardias con la destreza de alguien que había hecho esto mil veces antes. Pero esta vez era diferente. Esta vez sabía que lo esperaban.

Entró en la sala principal, un vasto salón iluminado por candelabros de oro negro, donde Lady Ildara lo aguardaba sentada en un trono de huesos y seda oscura. Era una mujer alta, de cabello largo y blanco como la nieve, con ojos como pozos de obsidiana.

—Has venido a matarme —dijo ella sin emoción alguna, como si estuviera comentando el clima.

—Me pagaron para eso —respondió Dantus, desenvainando su espada.

Lady Ildara levantó una ceja, como si el gesto le pareciera entretenido.

—¿Crees que puedes hacerlo? Todos los que lo han intentado han muerto de formas que ni siquiera tu imaginación podría concebir.

—No estés tan segura —replicó Dantus, avanzando.

Pero antes de que pudiera dar otro paso, las sombras alrededor de la habitación cobraron vida. Se alargaron y retorcieron, formando figuras grotescas, guerreros etéreos con espadas hechas de oscuridad pura. Dantus gruñó, preparándose para lo inevitable. Las criaturas lo atacaron, pero él no era un novato. Con rápidos movimientos, esquivó el primero y decapitó al segundo con un tajo limpio. Su espada destellaba mientras cortaba carne y oscuridad, pero por cada uno que caía, otros dos surgían.

Una figura más grande emergió, una sombra humanoide de casi tres metros, con ojos brillantes como brasas. Atacó con una furia descomunal, su espada atravesando el aire con un silbido mortal. Dantus apenas logró detener el golpe, y la fuerza lo hizo retroceder. Sus botas arañaban el suelo de mármol. El siguiente ataque fue aún más feroz, pero esta vez, Dantus vio una apertura: un giro rápido, una estocada directa al centro del pecho de la sombra, y esta se desvaneció en un suspiro de humo.

Lady Ildara observaba con una calma glacial.

—Impresionante. Pero te equivocas si piensas que ganarás —murmuró, levantándose del trono.

De pronto, Dantus sintió una presión aplastante en su mente. La magia oscura de Lady Ildara intentaba destrozar su voluntad, quebrar su mente. Pero él había sido forjado en la violencia, y su determinación era tan dura como el acero de su espada.


Con un rugido de pura ira, avanzó hacia ella, con la espada alzada. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, Lady Ildara pareció titubear. Un instante fue suficiente. La hoja de Dantus atravesó el aire, y luego la garganta de la dama de las sombras.

El sonido de su cuerpo cayendo fue lo único que se escuchó en la sala.

Dantus respiraba con dificultad. La sangre de Lady Ildara empapaba su espada. Sabía que no había acabado. Afuera, Cairnvaleth lo esperaba... con nuevas traiciones y enemigos.


La reproducción de los orcos: Una guía completa para el romántico desesperado

 

Por Archibaldo Trozamuros el Erudito Barbarie



Ah, los orcos. Esos entrañables, verdes y bastante malolientes habitantes de las tierras más inhóspitas y fangosas de este y otros mundos. Son los indiscutibles reyes del combate sin sentido, las hachas grandes y los gritos guturales, pero hay algo que pocos humanos, elfos o incluso enanos conocen: los orcos también tienen corazones. Aunque, claro, sus corazones son más pequeños, arrugados y un tanto sospechosamente negros. Y aquí es donde nos adentramos en el fascinante, y no poco peligroso, mundo de la reproducción y los ritos de cortejo orcos. Prepárate para un viaje olor a pantano y, probablemente, una buena cantidad de dientes rotos.


En la mayoría de las especies, el cortejo comienza con gestos suaves y dulces: un canto, una flor, tal vez una poesía cursi que hará que todos los que la escuchen deseen haber nacido sordos. En el caso de los orcos, el proceso de cortejo comienza de manera similar… si consideras que lanzar una piedra del tamaño de una sandía directamente al cráneo de la orca de tus sueños es un gesto romántico.

Sí, has leído bien. En el maravilloso y violento mundo de los orcos, lo primero que hace un orco enamorado es identificar a su pareja potencial desde una distancia segura (preferiblemente desde detrás de una roca o un tronco). Entonces, en un acto de amor puro y primitivo, el pretendiente lanza una piedra lo suficientemente grande como para demostrar su fortaleza, pero no tanto como para matar a la desafortunada receptora. Después de todo, la clave aquí es la sutileza. "Le arrojé una piedra, pero no lo suficientemente fuerte como para fracturarle el cráneo" es el equivalente orco a "Le escribí una poesía bonita, pero no demasiado empalagosa".

Si la orca en cuestión sobrevive al golpe inicial y, mejor aún, si el proyectil le deja una cicatriz, lo más probable es que se dé la vuelta, sonría con todos sus dientes afilados y se acerque a su admirador con un gruñido bajo. ¡Felicidades! El primer paso hacia el romance orco ha sido completado. Ahora viene la parte más complicada: el combate.

Después del intercambio inicial de proyectiles se organiza un duelo formal. Esto es crucial, ya que en la cultura orca, el verdadero amor solo puede florecer cuando ambos individuos han intercambiado suficientes golpes como para hacer que cualquier humano pensante busque a un médico o un abogado especializado en lesiones personales.

El combate, o como lo llaman los orcos, "la danza del hacha", es una extraña mezcla de coreografía sangrienta y lo que parece ser un intento deliberado de destrozar muebles. Las armas preferidas incluyen hachas, espadas, garrotes, y cualquier cosa que se pueda arrancar del suelo y usar para golpear a otro ser viviente. Durante el combate, los orcos expresan sus sentimientos a través de gruñidos especialmente diseñados para comunicar mensajes románticos como "te respeto, pero si me arrancas la nariz, te mataré" y "ese golpe fue tan bueno que creo que me he enamorado más".

Las reglas del combate son simples: quien quede de pie al final gana el derecho de llevar a su pareja a un festín. Si ambos orcos sobreviven (lo cual, sorprendentemente, sucede más a menudo de lo que esperarías), se toman de la mano de manera ceremonial, es decir, se agarran el antebrazo con fuerza suficiente para dejar moratones, y se dirigen a celebrar su unión con una cantidad alarmante de alcohol fermentado de setas y algún animal que aún no se ha dado cuenta de que está invitado a ser el plato principal.

Aunque el cortejo orco se basa en la violencia extrema y el intercambio de heridas que harían llorar a un sanador, una vez que los orcos han encontrado pareja, se dedican el uno al otro de formas que podrían resultar sorprendentes para el observador casual (o más bien, para el observador inconsciente que probablemente esté tirado en el suelo después de recibir una piedra perdida).

Los orcos, en su fuero interno, son criaturas afectuosas. Claro, su idea de afecto puede incluir mordiscos y cabezazos, pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar las costumbres culturales ajenas? Las parejas orcas suelen compartir largas conversaciones sobre temas filosóficos importantes, como "¿A quién aplastaremos mañana?" y "¿Es mejor romper una lanza o simplemente arrancar el brazo?". Además, las noches en el hogar orco están llenas de cariñosos gestos, como el tradicional "afilarse las uñas el uno al otro" y la siempre popular "competencia de eructos".

Es en este punto del artículo donde la ciencia se rinde. Verás, incluso los más brillantes académicos han fracasado en desentrañar el proceso exacto de reproducción de los orcos. Algunos teorizan que nacen de la tierra, que las montañas los escupen cuando tienen hambre de batalla. Otros sugieren que las orcas ponen huevos (por qué, nadie lo sabe, pero los huevos siempre parecen ser la respuesta cuando la ciencia no lo comprende).

Los orcos, por supuesto, no ayudan a aclarar este misterio. Si les preguntas directamente cómo es que se reproducen, lo más probable es que te ignoren, o peor, que te arranquen una pierna y se la den de comer a un warg. Sin embargo, algunos aventureros han regresado con vagas descripciones de orcos bebés, lo que ha llevado a la teoría de que, de alguna manera (posiblemente mediante magia, violencia, o una combinación de ambas), los orcos logran tener descendencia.

Y esos pequeños orcos, queridos lectores, no son menos intimidantes que sus padres. Desde el momento en que nacen, son bolas de furia, dientes y un hambre insaciable de destrucción. El ciclo, como la guerra con la que tanto disfrutan, continúa.

El romance y la reproducción en la sociedad orca es un asunto brutal, violento y, de alguna manera, poético. Para ellos, el amor es un campo de batalla… literalmente. Pero no nos equivoquemos: detrás de cada golpe de hacha y mordisco bien dirigido, hay un corazón (probablemente negro y un poco podrido) que late con pasión.

Así que la próxima vez que te encuentres con un orco y te fijes en las cicatrices en su rostro o en su colección de cráneos, recuerda: esas son las marcas del amor. Y si alguna vez te lanzan una piedra, tómalo como un cumplido. Al fin y al cabo, en el mundo de los orcos, no hay mayor muestra de afecto que un buen golpe en la cabeza.



Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío


lunes, 2 de septiembre de 2024

Prólogo: El Camino a Yelmo de Piedra

 -Fanfic inspirado en el videojuego "dark messiah of might and magic"-


Sareth, envuelto en su capa de viaje, mantenía una mano en las riendas y la otra descansaba sobre la empuñadura de su espada. El viento nocturno le acariciaba el rostro, trayendo consigo el aroma de los pinos y la promesa de peligros que acechaban en las sombras.

Habían pasado varios días desde que dejó atrás Karthal y las murallas que lo habían visto crecer. Ahora, la misión que Phenrig, su maestro, le había encomendado, lo dirigía a Yelmo de Piedra, un antiguo bastión perdido en las Montañas Heladas. Allí, supuestamente, se encontraba el Cráneo de las Sombras, un artefacto de un poder inimaginable. Pero Sareth sabía que el viaje no sería sencillo, y que la tarea no estaba exenta de peligros.


Mientras cabalgaba, los árboles se cerraban sobre el camino, formando un túnel natural que parecía engullirlo en un abrazo oscuro. La luna, oculta tras un manto de nubes grises, apenas iluminaba su camino. A pesar de la calma aparente, Sareth no podía ignorar la sensación persistente de que algo lo vigilaba, acechando en las sombras.

“¿Estás nervioso, Sareth?” La voz de Xana rompió el silencio, resonando en su mente con una mezcla de burla y curiosidad. Era suave, seductora, pero siempre con un filo que le recordaba su verdadera naturaleza.

Sareth apretó las riendas, manteniendo su mirada fija en el camino. "No estoy nervioso," respondió, su tono frío y calculador. "Estoy concentrado."

“Oh, claro,” replicó Xana, con una risa suave. “El valiente Sareth, sin miedo ni dudas. Pero yo sé lo que sientes, lo que realmente piensas. No puedes ocultarme nada.”

Sareth se mantuvo en silencio, aunque sentía la mirada de Xana dentro de su mente, escudriñando cada rincón de sus pensamientos. Desde que Phenrig la había vinculado a él, Xana se había convertido en una presencia constante, una sombra que no podía sacudirse, por mucho que lo intentara.

“¿Por qué siempre tienes que hablar?” preguntó finalmente, su voz impregnada de cansancio. “¿No puedes, por una vez, dejarme en paz?”

“Lo haría, pero... ¿dónde estaría la diversión en eso?” respondió Xana, su tono juguetón, pero con una seriedad latente. “Además, estoy aquí para ayudarte, ¿recuerdas? Phenrig me envió contigo por una razón.”

“Lo sé,” murmuró Sareth, sus pensamientos volviendo a su maestro. Phenrig había sido más que un mentor; había sido una figura paterna, un guía en la oscuridad del mundo. Pero también era un hombre con sus propios secretos, y Sareth había aprendido a no confiar ciegamente en él.

“¿Realmente crees que el Cráneo de las Sombras está en Yelmo de Piedra?” preguntó, cambiando de tema.

Xana permaneció en silencio por un momento, como si considerara su respuesta. “Eso es lo que dicen las leyendas,” respondió finalmente. “Un artefacto de poder inmenso, capaz de controlar las fuerzas del caos. Pero tú ya sabes que no es solo el Cráneo lo que te espera allí, ¿verdad?”

Sareth entrecerró los ojos, escudriñando la oscuridad del camino que tenía por delante. Había algo en sus palabras que lo inquietaba, una verdad no dicha que se ocultaba entre las sombras.

“Habla claro, Xana,” exigió. “Si sabes algo, dilo.”

“Te lo dije antes, Sareth,” dijo ella, con una nota de advertencia en su voz. “Hay fuerzas en juego que ni tú ni yo comprendemos del todo. Yelmo de Piedra es un lugar antiguo, un lugar donde convergen destinos. No es solo el Cráneo lo que se encuentra allí... sino algo más.”

“¿Algo más?” repitió él, intrigado.

“Podrías llamarlo... un encuentro predestinado,” dijo Xana, su tono volviéndose más suave, casi melancólico. “O tal vez, una revelación. Pero sea lo que sea, lo descubrirás cuando llegues. Yo solo te aconsejo que mantengas los ojos bien abiertos.”

Sareth frunció el ceño, sintiendo el peso de sus palabras. Era raro que Xana hablara con tanta seriedad, lo que solo servía para aumentar su inquietud. Pero sabía que no obtendría más respuestas de ella en ese momento. Así era la naturaleza de su relación: un constante tira y afloja, un juego de secretos y medias verdades.

El caballo avanzó un poco más, y de repente, el camino se abrió hacia un claro. Allí, bajo la luz tenue de la luna, Sareth vio una figura encapuchada, inmóvil en el centro del claro. Su primera reacción fue instintiva; su mano se deslizó hasta la empuñadura de su espada, preparada para cualquier eventualidad.

“Parece que no estamos solos,” murmuró Sareth, con los ojos fijos en la figura.

“¿Sientes eso, Sareth?” La voz de Xana se hizo más intensa, casi susurrante. “Esa presencia... no es humana.”

“Lo sé,” respondió él, su mirada fija en la figura, que parecía haber notado su presencia.

La figura levantó lentamente la cabeza, y Sareth pudo ver un destello de ojos rojos brillando bajo la capucha. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero se mantuvo firme, con la espada desenfundada, lista en su mano.

“¿Quién eres?” preguntó, su voz resonando en la quietud del claro.

La figura no respondió de inmediato. En su lugar, dio un paso hacia adelante, y Sareth sintió una oleada de energía oscura emanando de ella. Era un poder antiguo, malvado, algo que no pertenecía a este mundo.

“Soy una sombra de lo que está por venir,” dijo la figura, con una voz profunda y resonante. “El heraldo de tu destino, Sareth.”

El guerrero no bajó su guardia, pero algo en las palabras de la figura le resultaba extrañamente familiar, como si hubiera escuchado esa voz antes, en sus sueños o en las pesadillas que lo habían atormentado desde que comenzó su viaje.

“Mi destino no lo decide una sombra,” replicó, con firmeza.

La figura soltó una risa baja, un sonido que resonó en el claro como un eco siniestro. “¿Estás tan seguro de eso? El Cráneo de las Sombras... no es lo único que hallarás en Yelmo de Piedra. Tu verdadero desafío apenas está comenzando.”

Antes de que Sareth pudiera responder, la figura se desvaneció, disolviéndose en la noche como una neblina oscura. El claro quedó vacío, pero la sensación de inquietud permaneció, clavada en el pecho de Sareth como un puñal invisible.

“¿Qué fue eso?” preguntó, aunque sabía que Xana no tenía más respuestas que él.

“Un recordatorio,” dijo Xana, con una voz más sombría de lo habitual. “De que no estás solo en este juego. Hay otros, y no todos son tan amables como yo.”

Sareth guardó su espada, pero la tensión en sus músculos no disminuyó. Las palabras de Xana, y de la figura, pesaban en su mente mientras volvía a montar en su caballo. La misión que Phenrig le había encomendado se sentía más peligrosa y más cargada de incertidumbre con cada paso que daba hacia Yelmo de Piedra.

Con un último vistazo al oscuro horizonte, espoleó al caballo y se adentró nuevamente en el camino. Sabía que no podía permitirse el lujo de dudar. El destino del mundo podía depender de lo que encontrara en esa antigua fortaleza. Y, aunque lo inquietaba admitirlo, también sabía que su propio destino estaba entrelazado con ese oscuro sendero.

El viento nocturno volvió a azotarlo mientras cabalgaba hacia las montañas que se alzaban como gigantes sombríos, y Sareth sintió que la noche no solo traía consigo el frío, sino también una oscuridad más profunda, una que no se disiparía con la luz del día. Pero siguió adelante, decidido a enfrentar lo que fuera que le esperaba en Yelmo de Piedra, con Xana como su única compañía y su destino incierto como guía.

 


La Leyenda del Buscador: Un Placer Culpable con Mucha Espada y Poca Vergüenza

Por un crítico anónimo que insiste en que los efectos especiales no importan si la capa ondea lo suficiente. Hay algo maravillosamente recon...