-Fanfic inspirado en el videojuego "dark messiah of might and magic"-
Sareth, envuelto en su capa de viaje, mantenía una mano en las riendas y la otra descansaba sobre la empuñadura de su espada. El viento nocturno le acariciaba el rostro, trayendo consigo el aroma de los pinos y la promesa de peligros que acechaban en las sombras.
Habían pasado varios días desde que dejó atrás Karthal y las murallas que lo habían visto crecer. Ahora, la misión que Phenrig, su maestro, le había encomendado, lo dirigía a Yelmo de Piedra, un antiguo bastión perdido en las Montañas Heladas. Allí, supuestamente, se encontraba el Cráneo de las Sombras, un artefacto de un poder inimaginable. Pero Sareth sabía que el viaje no sería sencillo, y que la tarea no estaba exenta de peligros.
Mientras cabalgaba, los árboles se cerraban sobre el camino, formando un túnel natural que parecía engullirlo en un abrazo oscuro. La luna, oculta tras un manto de nubes grises, apenas iluminaba su camino. A pesar de la calma aparente, Sareth no podía ignorar la sensación persistente de que algo lo vigilaba, acechando en las sombras.
“¿Estás nervioso, Sareth?” La voz de Xana rompió el silencio, resonando en su mente con una mezcla de burla y curiosidad. Era suave, seductora, pero siempre con un filo que le recordaba su verdadera naturaleza.
Sareth apretó las riendas, manteniendo su mirada fija en el camino. "No estoy nervioso," respondió, su tono frío y calculador. "Estoy concentrado."
“Oh, claro,” replicó Xana, con una risa suave. “El valiente Sareth, sin miedo ni dudas. Pero yo sé lo que sientes, lo que realmente piensas. No puedes ocultarme nada.”
Sareth se mantuvo en silencio, aunque sentía la mirada de Xana dentro de su mente, escudriñando cada rincón de sus pensamientos. Desde que Phenrig la había vinculado a él, Xana se había convertido en una presencia constante, una sombra que no podía sacudirse, por mucho que lo intentara.
“¿Por qué siempre tienes que hablar?” preguntó finalmente, su voz impregnada de cansancio. “¿No puedes, por una vez, dejarme en paz?”
“Lo haría, pero... ¿dónde estaría la diversión en eso?” respondió Xana, su tono juguetón, pero con una seriedad latente. “Además, estoy aquí para ayudarte, ¿recuerdas? Phenrig me envió contigo por una razón.”
“Lo sé,” murmuró Sareth, sus pensamientos volviendo a su maestro. Phenrig había sido más que un mentor; había sido una figura paterna, un guía en la oscuridad del mundo. Pero también era un hombre con sus propios secretos, y Sareth había aprendido a no confiar ciegamente en él.
“¿Realmente crees que el Cráneo de las Sombras está en Yelmo de Piedra?” preguntó, cambiando de tema.
Xana permaneció en silencio por un momento, como si considerara su respuesta. “Eso es lo que dicen las leyendas,” respondió finalmente. “Un artefacto de poder inmenso, capaz de controlar las fuerzas del caos. Pero tú ya sabes que no es solo el Cráneo lo que te espera allí, ¿verdad?”
Sareth entrecerró los ojos, escudriñando la oscuridad del camino que tenía por delante. Había algo en sus palabras que lo inquietaba, una verdad no dicha que se ocultaba entre las sombras.
“Habla claro, Xana,” exigió. “Si sabes algo, dilo.”
“Te lo dije antes, Sareth,” dijo ella, con una nota de advertencia en su voz. “Hay fuerzas en juego que ni tú ni yo comprendemos del todo. Yelmo de Piedra es un lugar antiguo, un lugar donde convergen destinos. No es solo el Cráneo lo que se encuentra allí... sino algo más.”
“¿Algo más?” repitió él, intrigado.
“Podrías llamarlo... un encuentro predestinado,” dijo Xana, su tono volviéndose más suave, casi melancólico. “O tal vez, una revelación. Pero sea lo que sea, lo descubrirás cuando llegues. Yo solo te aconsejo que mantengas los ojos bien abiertos.”
Sareth frunció el ceño, sintiendo el peso de sus palabras. Era raro que Xana hablara con tanta seriedad, lo que solo servía para aumentar su inquietud. Pero sabía que no obtendría más respuestas de ella en ese momento. Así era la naturaleza de su relación: un constante tira y afloja, un juego de secretos y medias verdades.
El caballo avanzó un poco más, y de repente, el camino se abrió hacia un claro. Allí, bajo la luz tenue de la luna, Sareth vio una figura encapuchada, inmóvil en el centro del claro. Su primera reacción fue instintiva; su mano se deslizó hasta la empuñadura de su espada, preparada para cualquier eventualidad.
“Parece que no estamos solos,” murmuró Sareth, con los ojos fijos en la figura.
“¿Sientes eso, Sareth?” La voz de Xana se hizo más intensa, casi susurrante. “Esa presencia... no es humana.”
“Lo sé,” respondió él, su mirada fija en la figura, que parecía haber notado su presencia.
La figura levantó lentamente la cabeza, y Sareth pudo ver un destello de ojos rojos brillando bajo la capucha. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero se mantuvo firme, con la espada desenfundada, lista en su mano.
“¿Quién eres?” preguntó, su voz resonando en la quietud del claro.
La figura no respondió de inmediato. En su lugar, dio un paso hacia adelante, y Sareth sintió una oleada de energía oscura emanando de ella. Era un poder antiguo, malvado, algo que no pertenecía a este mundo.
“Soy una sombra de lo que está por venir,” dijo la figura, con una voz profunda y resonante. “El heraldo de tu destino, Sareth.”
El guerrero no bajó su guardia, pero algo en las palabras de la figura le resultaba extrañamente familiar, como si hubiera escuchado esa voz antes, en sus sueños o en las pesadillas que lo habían atormentado desde que comenzó su viaje.
“Mi destino no lo decide una sombra,” replicó, con firmeza.
La figura soltó una risa baja, un sonido que resonó en el claro como un eco siniestro. “¿Estás tan seguro de eso? El Cráneo de las Sombras... no es lo único que hallarás en Yelmo de Piedra. Tu verdadero desafío apenas está comenzando.”
Antes de que Sareth pudiera responder, la figura se desvaneció, disolviéndose en la noche como una neblina oscura. El claro quedó vacío, pero la sensación de inquietud permaneció, clavada en el pecho de Sareth como un puñal invisible.
“¿Qué fue eso?” preguntó, aunque sabía que Xana no tenía más respuestas que él.
“Un recordatorio,” dijo Xana, con una voz más sombría de lo habitual. “De que no estás solo en este juego. Hay otros, y no todos son tan amables como yo.”
Sareth guardó su espada, pero la tensión en sus músculos no disminuyó. Las palabras de Xana, y de la figura, pesaban en su mente mientras volvía a montar en su caballo. La misión que Phenrig le había encomendado se sentía más peligrosa y más cargada de incertidumbre con cada paso que daba hacia Yelmo de Piedra.
Con un último vistazo al oscuro horizonte, espoleó al caballo y se adentró nuevamente en el camino. Sabía que no podía permitirse el lujo de dudar. El destino del mundo podía depender de lo que encontrara en esa antigua fortaleza. Y, aunque lo inquietaba admitirlo, también sabía que su propio destino estaba entrelazado con ese oscuro sendero.
El viento nocturno volvió a azotarlo mientras cabalgaba hacia las montañas que se alzaban como gigantes sombríos, y Sareth sintió que la noche no solo traía consigo el frío, sino también una oscuridad más profunda, una que no se disiparía con la luz del día. Pero siguió adelante, decidido a enfrentar lo que fuera que le esperaba en Yelmo de Piedra, con Xana como su única compañía y su destino incierto como guía.
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