Lo primero que debe entenderse sobre la magia y la tecnología es que no se llevan bien. Bueno, en realidad, nada se lleva bien con la magia, si uno es honesto. La magia es esa prima rara que nadie quiere invitar a la fiesta porque siempre termina creando un agujero en el espacio-tiempo o sacando de la chistera una criatura tan rara que ni siquiera los biólogos mágicos saben qué hacer con ella. Es como si fuera la vieja amiga excéntrica que en vez de traer una botella de vino, trae una bestia invulnerable con cara de sorpresa y una capacidad ilimitada para hacer desaparecer las llaves del coche.
La tecnología, por otro lado, es esa otra prima —la que, con una sonrisa satisfecha, dice: "Eso es simple, sólo tienes que apretar este botón". En su mayoría, la tecnología funciona. O, al menos, lo intenta. Claro, en el camino deja un reguero de humo y piezas sueltas, y las probabilidades de que el aparato que acaban de inventar explote en la cara de alguien son casi de 3 a 1, pero en general tiene más éxito que la magia, que tiende a funcionar de manera… ¿cómo decirlo? irregular.
La magia, por supuesto, no tiene ningún problema con el desastre. De hecho, cuanto más caótico, mejor. "Más espectacular" es la palabra que usan los magos cuando intentan describir lo que llamamos "un pequeño accidente". Mientras tanto, la tecnología tiene ese incomprensible propósito de funcionar. Quiere que las cosas se resuelvan sin mucho alboroto ni luces de colores. Si la magia es una tormenta con relámpagos y truenos, la tecnología es ese tipo de tormenta en la que te quedas atrapado bajo la lluvia y, aunque te empapa, al menos sabes que la tormenta acabará en algún momento.
¿Dónde deja esto a la sociedad? Es bastante simple: en un estado constante de confusión. Imagina una ciudad donde los habitantes tienen que decidir si usar magia o tecnología para hacer las cosas. Tienes a los magos, que insisten en que cualquier cosa que no involucre chispas o explosiones mágicas no vale la pena hacerlo. Tienes a los ingenieros, que se sienten cómodos con el funcionamiento del mundo en términos muy prácticos, pero no pueden evitar que sus invenciones terminen siendo increíblemente ruidosas. Los que están en el medio, los ciudadanos comunes, no saben si temer a la magia o a la máquina de vapor que se les acerca a gran velocidad.
El equilibrio entre la magia y la tecnología, por supuesto, es un asunto delicado. ¿Y quién lo mantiene? Bueno, nadie realmente. Es un tipo de paz tensa, como esa que mantienen los gatos y los perros que se miran fijamente desde lados opuestos de la habitación.
Porque, al final, uno de los mayores problemas con el equilibrio entre la magia y la tecnología es que, si bien ambas son tremendamente poderosas, ambas tienen un pequeño inconveniente. Si la magia puede causar desastres y cambios repentinos de la realidad, la tecnología tiene una capacidad muy humana para crear problemas inesperados por pura acumulación de piezas desordenadas. Por ejemplo, cuando un mago intenta ponerle una tapa a la olla de presión con un hechizo de levitación, la última cosa que quiere es ver cómo el hechizo falla y manda la olla por el aire. Pero por supuesto, lo que realmente pasa es que la olla desaparece, y entonces nadie sabe qué ha pasado con la comida, ni con el hechizo, ni con el cocinero.
Por otro lado, la tecnología siempre tiende a resolver las cosas de manera eficiente, pero en un mundo lleno de magia, la eficiencia tiene el mismo atractivo que un ladrillo en la cara. La magia, con todo su caos y grandeza, no tiene tiempo para la eficiencia. La magia es más como un ejército de insectos que invaden una ciudad; es caótica, divertida, y, por alguna razón, el que la usa se siente increíblemente bien al respecto.
Claro, la verdadera pregunta es: ¿pueden la magia y la tecnología vivir juntas en paz? En una sociedad ideal, podrían, pero para eso tendrían que aprender a respetarse mutuamente. Los magos tendrían que aprender a que no todo se resuelve con un hechizo (aunque eso no les hará felices), y los ingenieros tendrían que dejar de ver la magia como algo esotérico y ridículo. Claro, se podrían hacer muchas cosas con la magia, pero ¿quién quiere lidiar con una caldera mágica que explota en medio de una conversación importante?
El futuro podría traer una mezcla, una especie de magia tecnológica, en la que las dos fuerzas se unan para crear maravillas inalcanzables por sí solas. Pero, por supuesto, también es probable que las dos se peleen hasta que todo se convierta en un caos de engranajes, hechizos y artefactos ardiendo. Al final, los magos y los ingenieros se miran y piensan: "No, no está funcionando", y deciden tomar un descanso mientras el resto del mundo sigue explotando a su alrededor.
La conclusión, por supuesto, es que la magia y la tecnología pueden, en su forma más pura, ser fuerzas absolutamente contradictorias. Pero también son, al mismo tiempo, extremadamente útiles para crear historias divertidas y desastrosas, que es, después de todo, lo que realmente importa.
Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.
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