El sombrero puntiagudo. Ah, qué imagen tan icónica. Basta con ver esa imponente silueta asomarse en el horizonte, y ya sabemos quién viene: un mago. Y no cualquier mago, no; un mago que tiene en su haber al menos cinco libros polvorientos, tres maldiciones menores, y una afición a las setas que raya en lo preocupante. El sombrero puntiagudo es, después de todo, el código no verbal de "cuidado conmigo, sé cosas peligrosas, pero, sobre todo, sigo una moda que se remonta a siglos de tradición incuestionada".
Ahora bien, tal vez te estés preguntando, querido lector, ¿por qué este artículo? ¿Por qué tomarse el tiempo de discutir algo tan banal como la elección de sombrero de un mago? No podrían, tal vez, simplemente dejar de usar esos artefactos ridículamente altos y adoptar una capucha más cómoda, o incluso—cielos—no usar sombrero en absoluto, permitiendo que sus alborotados mechones blancos floten al viento? Si te haces esa pregunta, me temo que ya has caído en el primer y más insidioso de los errores: subestimar el poder de la tradición. Porque si hay algo que un mago odia más que a los demonios menores, es que alguien cuestione sus costumbres.
La historia del sombrero puntiagudo se remonta a tiempos inmemoriales, aunque es probable que los primeros magos que lo llevaron no tuvieran idea de por qué lo hacían. Ciertos historiadores afirman que se originó con la necesidad de asustar a las multitudes, para que, desde lejos, uno pudiera discernir la llegada de un ser de poder arcano y peligroso (o quizás alguien que simplemente necesitaba más atención de la que su magia lograba captar). Otros sostienen que los magos del pasado eran terriblemente cortos, y una ayuda visual vertical no venía mal.
Sin embargo, el sombrero puntiagudo no es solo un adorno. Está cargado de significados. ¿Alguna vez has intentado conjurar un hechizo sin uno? Claro, podrías levantar una roca o encender una pequeña fogata, pero ¿invocar un dragón? ¿Transportarte a un reino distante? Olvídalo. El sombrero puntiagudo es como una antena mágica; dirige las energías cósmicas hacia tu mente y evita que las mismas energías, conocidas por ser un tanto caprichosas, decidan convertirse en una lluvia de ranas.
Por supuesto, no todos los magos están de acuerdo en el "por qué" de su uso, pero eso es normal. Si alguna vez has conocido a dos magos en el mismo espacio, sabrás que ponerse de acuerdo en cualquier cosa es tan probable como lograr que un gato firme un contrato. Aunque, si se trata de un contrato para obtener más comida, bueno, entonces el gato es perfectamente capaz. Pero me estoy desviando.
Lo más importante es la función simbólica del sombrero. En un mundo medieval lleno de guerreros musculosos, elfos irritantemente etéreos y dragones con claros problemas de actitud, el mago necesita marcar territorio. El sombrero puntiagudo dice: "Aquí viene alguien que no necesita músculos porque puede convertirte en un sapo si le molestas". Es un uniforme de poder, una señal de que, si bien podría ser más fácil cortar al mago por la mitad que a un orco en dos, hacerlo conlleva el riesgo de pasar los próximos milenios como un objeto de decoración en la torre de dicho mago.
Además, el sombrero puntiagudo tiene una virtud innegable: es un refugio portátil. Cuando las cosas salen mal (como, por ejemplo, cuando un hechizo de invisibilidad resulta en una invisibilidad parcial o peor, selectiva), el mago puede simplemente hundirse en su sombrero, como un erizo retirándose en su caparazón, y esperar a que los problemas se disipen. Y si es un sombrero especialmente bien hecho, podría incluso servir para canalizar un hechizo defensivo o almacenar algunos aperitivos, lo cual es vital cuando se trata de largas caminatas por el bosque en busca de ingredientes.
Naturalmente, los sombreros puntiagudos desafían la lógica, lo cual es muy conveniente, ya que los magos también. No hay razón alguna para que un sombrero de ese tamaño no se caiga con una ráfaga de viento, ni que se mantenga erguido a pesar de las leyes de la física. Pero aquí está la belleza: los magos no creen en la física. O más bien, creen en su propia versión, donde la realidad puede doblarse, torcerse y (en ocasiones) sacudirse como una alfombra vieja para ajustarse a su conveniencia. Y si puedes convencer al universo de que es perfectamente razonable flotar en el aire con un sombrero de un metro de altura, entonces, honestamente, lanzar bolas de fuego es cosa de niños.
Además, están los efectos secundarios de ser un mago. Los años de práctica en la hechicería suelen acompañarse de efectos secundarios diversos y, en su mayoría, inconvenientes: canas prematuras, barba indomable, y por supuesto, una ligera paranoia. El sombrero puntiagudo, entonces, sirve como un buen dispositivo de "mantén tu distancia". No es tanto que el mago no quiera ser tocado por razones mágicas, sino porque es muy probable que su túnica no haya visto una lavandería en varias estaciones, y nadie quiere verse en la situación de tener que explicar por qué tiene polvo de hada en la manga.
Al final del día, los magos también tienen que enfrentarse a la verdad inevitable de que la magia, aunque espectacular, es algo solitaria. Los magos no son conocidos por su habilidad para socializar; suelen tener una torre en el medio de la nada por una razón. Entonces, claro, si vas a salir de tu torre una vez cada dos décadas para asistir a un cónclave arcano, más te vale ir vestido para impresionar. Aquí entra el sombrero puntiagudo, porque ¿de qué sirve ser un maestro de la realidad si no puedes sobresalir entre una multitud de encapuchados genéricos? Y de paso, con el sombrero puedes tapar las orejas, que siempre son problemáticas para mantener calientes durante largas noches en la torre.
Los elfos pueden quedarse con sus capas etéreas y los enanos con sus cascos de batalla. Los magos, en cambio, llevan la frente en alto (bueno, más alto de lo normal, gracias a su sombrero) y se presentan al mundo con una declaración simple pero efectiva: "Sí, soy diferente, sí, soy especial, y sí, mi sombrero es más alto que el tuyo".
Así que la próxima vez que veas a un mago con su sombrero puntiagudo, no lo tomes a la ligera. Es más que una pieza de vestuario, más que una broma visual para niños en un mercado medieval. Es la esencia de lo que significa ser un mago. Es un emblema de poder, una declaración de estilo, y una herramienta práctica para evitar la interacción social indeseada. Y, por supuesto, en un mundo donde los dragones acechan, los hechizos son inestables y los aventureros siempre están buscando alguien a quien molestar, lo único que separa a un mago de un lunático es ese imponente, ridículo y glorioso sombrero puntiagudo.
Un abrazo de oso y una pinta para todo aquél que se deje caer por este baldío.
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