En un rincón polvoriento del reino de Camelot, donde los caballeros afilaban sus espadas y las leyendas se tejían más rápido que las telarañas, había un caballero que desentonaba con la grandilocuencia de la mesa redonda. Su nombre era Sir Sincero, un tipo tan honesto que, en lugar de un escudo, llevaba un cartel que decía: “¡Soy un caballero! Pregunte por mis intenciones”.
Los caballeros
comenzaron a discutir sobre quién debería ir, pero Sir Sincero, al ver que nadie se
ofrecía, se levantó con desparpajo. “Yo iré, mi rey. Aunque, para
ser sincero, tengo un problema con los dragones. Me parece que tienden a ser
muy... dragones”.
Arturo le
miró, perplejo. “¿No te preocupa que el dragón, por ejemplo, te devore?”
“Ah, eso es un
detalle menor”, respondió Sir Sincero, “pero prometo ser tan honesto que ni
siquiera se atreverá a tocarme”.
Y así, armado
con una armadura brillante que era más florida que funcional, y un escudo con
una mueca sonriente (esencialmente un emoji medieval), Sir Sincero partió hacia
el norte. En su camino, se encontró con un zorro que, tras un intercambio de
miradas, decidió seguirlo.
“¿Por qué me
sigues?”, preguntó Sir Sincero, algo confundido.
“Porque eres
un caballero que parece más dispuesto a hacer el ridículo que a causar
estragos”, respondió el zorro, “y eso siempre promete entretenimiento”.
Tras un par de
horas de viaje y muchas reflexiones filosóficas sobre la vida de los
caballeros, el valor del desayuno y la naturaleza del dragón, Sir Sincero
finalmente llegó a la cueva del dragón. Y allí estaba, un dragón de color verde
esmeralda, con ojos que podrían iluminar un torneo y un aliento que podía
derretir el hierro (y cualquier cereal, por cierto).
“¡Alto!”,
gritó Sir Sincero. “Vengo a recuperar la caja de cereales. ¡Devuélvela o...!”
“¿O qué?”,
rugió el dragón, escupiendo un poco de humo. “¿Me asustarás con tu
sinceridad?”.
“Esa es mi
mejor arma”, dijo Sir Sincero, encarándolo. “Soy tan sincero que cuando digo
que lo haré, lo haré. Si no me devuelves los cereales, tendré que insistir en
que eres un dragón muy grosero. Y eso, créeme, no se dice a la ligera”.
El dragón,
sorprendido por tal afirmación, dejó escapar una risa profunda. “¿De verdad
crees que me importa lo que pienses de mí? ¡Soy un dragón! Mi desayuno consiste
en caballeros pretenciosos y sus armaduras brillantes, no en cajas de
cereales”.
“Entonces, ¿no
te importaría saber que los cereales son excelentes para la digestión?”
inquirió Sir Sincero con un tono casi educativo. “Además, si no devuelves la
caja, podrías arruinar la infancia de muchos niños. ¿Es eso lo que quieres?”
El dragón se
quedó pensativo. “Hmm, tienes razón. Nunca había considerado mi papel en la
cadena alimentaria social. Quizás podría buscar alternativas...”.
Y así, tras
una larga conversación, el dragón devolvió la caja de cereales a Sir Sincero,
quien, a su vez, se llevó la sorpresa de que el dragón, con su nueva
perspectiva, decidió cambiar su dieta a una más equilibrada.
Al regresar a
Camelot, Sir Sincero fue recibido como un héroe, no solo por recuperar la caja,
sino por enseñar al dragón a ser más consciente de su dieta.
Y mientras los
caballeros se llenaban de orgullo, Sir Sincero se quedó mirando su cartel,
pensando que, en el fondo, ser sincero era la verdadera victoria. Aunque, entre
tú y yo, un buen desayuno también ayuda.
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