miércoles, 26 de noviembre de 2025

Kaz, el Minotauro

Hay libros que no se leen: se regresan a ellos. Como ciertos viejos amigos a los que uno no llama tan seguido como debería, pero cuyo nombre basta para que algo cálido se encienda en el pecho. Para mí, Kaz, es uno de esos.

Leí este libro hace tanto tiempo que parece otra vida. Era joven, y tenía la sensación de que el mundo estaba lleno de posibilidades infinitas. Recuerdo ese lomo desgastado de la colección de Héroes de la Dragonlance, medio torcido por el paso previo por manos ajenas. Lo abrí sin saber nada de Richard A. Knaak ni de que aquel minotauro, con su aire solemne y cansado, el cual iba a quedarse en mí más tiempo del que hubiera sospechado.

Porque Kaz no es un héroe brillante. No es Raistlin, envuelto en misterio, ni Tanis, dividido entre dos mundos románticamente incompatibles.
Kaz es… otra cosa.


Es la parte de nosotros que intenta seguir adelante cuando la historia grande (la de los dragones, los caballeros y las profecías) ya terminó. La parte que se pregunta qué se supone que debe hacer un guerrero cuando ya no hay una guerra digna de su acero. Y ese retrato del “después” es, tal vez, lo más valiente que tiene esta novela.

En un género lleno de destinos y épicas, Kaz camina sin un plan divino. Camina porque es lo único que sabe hacer. Camina porque Huma ya no está, porque el silencio pesa más que su hacha, porque hay heridas que no se ven pero no por eso dejan de sangrar.

En ese trayecto, Dragonlance deja de ser únicamente un escenario de cuentos heroicos y se convierte en algo más humano:
un lugar donde incluso un minotauro puede sentirse perdido.

Recuerdo especialmente cómo la novela permite que la lealtad, la amistad y el honor (esas palabras tan grandes que a veces suenan huecas) tengan un eco más íntimo, más verdadero. Y lo hace sin grandes discursos, sin batallas interminables. Lo hace con pequeños gestos, miradas, silencios. Con esa sensación de que el mundo está tratando de recomponerse igual que Kaz.

Y tal vez por eso, cuando hojeo el libro hoy, pienso en mí.
En el lector que fui, en el adulto que soy, y en cómo a veces uno se siente también como Kaz: un poco fuera de lugar en un mundo que sigue girando.

Quizás lo hermoso de esta novela es precisamente eso:
que nos recuerda que la épica no está en salvar al mundo, sino en seguir adelante cuando se nos cae encima.Y que incluso las criaturas más fieras pueden guardar dentro de sí un corazón que añora, recuerda y lucha por encontrar un sitio donde, al fin, pueda descansar.

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

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