sábado, 29 de noviembre de 2025

Las Tierras del Páramo

El elfo acarició la sombra de lo que parecía ser una mujer. Pero todo en el Ferunm —las tierras del Páramo que se extienden entre los vivos y la Madre Celestial— puede resultar engañoso e incluso mortal para un visitante sin preparación. Lauvenil había sido prevenido, pero aun así se adentró en aquel mundo de sombras, donde espíritus que anhelan aquello que no poseen —un cuerpo— acechan y provocan a cualquier viajero incauto. Lauvenil había oído que algunas personas, generalmente dotadas para la magia, al soñar eran tentadas en el Ferunm. Cada noche era una prueba para su fortaleza mental. Si aquello era cierto, pensaba el elfo, debía de ser una tortura; los dones de la magia no merecían tal precio.



Una voz atravesó su mente, pero no el espacio vacío que lo rodeaba.


—¿Lauvenil? ¿Eres tú, amor mío?

—¿Ziandra? ¿Dónde estás? No logro verte.

Poco a poco, una figura femenina se fue dibujando frente a él. Era tal y como la recordaba el elfo, tal y como la recordaba años antes de que muriera. No había rastro de enfermedad en su bronceada piel ni en su delicado cuerpo.

—Me dijeron que estaba loco por viajar al Páramo, pero la vida sin ti es demasiado dolorosa.

Ziandra sonreía, pero su mirada no. Era su voz y, a la vez, no lo era. El elfo quería verla y ahí la tenía; sin embargo, no se sentía pleno ni satisfecho en su búsqueda. Algo no iba bien.

—Ahora que me has encontrado, ¿me llevarás contigo?

Lauvenil sonrió débilmente. Le habían advertido. Y ella no era su amada: no era su voz ni sus palabras y, si se fijaba, tampoco su aspecto. Era una imitación de un recuerdo idealizado. Aquel era un espíritu, uno de tantos que ansían un vehículo para escapar al plano físico... 

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