En lo más profundo de las Colinas Rugidoras, donde el viento ulula como una suegra ofendida y las piedras tienden a rodar cuesta abajo con intenciones claramente homicidas, un grupo de orcos estaba reunido en torno a una fogata. La mayoría de ellos se parecían bastante a un jabalí con problemas de actitud. No era que tuvieran mala suerte en la lotería genética, simplemente es que la evolución había decidido irse a tomar un café y dejarlos a su suerte.
El líder de la banda, Gruñek el Astuto (un
nombre que él mismo se había puesto, ya que la alternativa era "Gruñek el
Que Se Cayó en un Pozo"), extendió un tosco mapa hecho con lo que parecía
ser cuero de algo que no se había dejado despellejar voluntariamente.
—Escuchad, zopencos —gruñó Gruñek, señalando con
su dedo grueso una línea temblorosa—. Esta es la carretera.
Los orcos asintieron con una mezcla de fascinación y confusión. Algunos nunca habían visto un mapa antes, y uno de ellos, Krug el Excesivamente Literal, levantó la mano.
—¿Y qué es ese dibujo de aquí?
—¡Es un árbol, Krug! —gruñó Gruñek.
—Ah, vale —dijo Krug, desconcertado—. ¿Y qué
es ésto?
—¡Otro árbol!
—Ajá… —Krug asintió pensativo—. ¿Y esta línea
curva?
—Es el río.
—Ah… ¿y este bicho con cuatro patas?
Gruñek resopló.
—¡Eso es donde se me derramó la sopa de rata,
Krug!
Krug se reclinó, satisfecho. Era importante
aclarar esas cosas.
Gruñek carraspeó y continuó.
—Cada siete días, pasa una caravana mercante
por aquí —dijo, dando unos golpecitos en el mapa—. Llevan especias, oro, y
cosas valiosas.
—¿Qué tipo de cosas valiosas? —preguntó Gorruk
el Escéptico, que había aprendido a desconfiar de las promesas de riqueza desde
que intentaron robar una carreta llena de taparrabos.
—¡Cosméticos! —gruñó Gruñek, que había
aprendido esa palabra hacía poco y estaba ansioso por usarla—. Perfumes,
aceites raros y jabones de lavanda.
Los orcos se miraron entre sí. Durante años
habían considerado el baño como un concepto radicalmente opuesto a su forma de
vida. Pero la lavanda sonaba intrigante.
—¿Cómo lo hacemos, jefe? —preguntó Grot el
Innecesariamente Agresivo, afilando su hacha contra otra hacha.
Gruñek enseñó los colmillos en lo que podría
haber sido una sonrisa o un intento de librarse de algo atascado entre ellos.
—¡Emboscada!
Hubo un murmullo de asentimiento. A los orcos
les gustaban las emboscadas. Eran como una pelea, pero con menos reglas.
Al amanecer, la Banda del Hocico Torcido se
ocultó entre los arbustos junto al camino. Algunos eran más sigilosos que
otros. Krug intentaba esconderse detrás de un árbol que era visiblemente más
delgado que él. Grot, por su parte, decidió que esconderse era para cobardes y
se quedó en medio del camino con una rama en la cabeza, confiando en su
camuflaje improvisado.
Cuando la caravana apareció, los orcos
saltaron al camino con una cacofonía de gruñidos y alaridos. Los comerciantes
se detuvieron de inmediato, y el líder de la caravana, un hombre con una barba
tan elaborada que podría haber alojado una familia de ratones, levantó las
manos en señal de rendición.
—¡Por favor, no nos hagáis daño! ¡Tomad lo que
queráis!
Gruñek avanzó con la majestuosa seguridad de
un orco que ha ensayado su discurso de villano.
—Escuchad, humanos —gruñó—. Esto es un asalto.
Entregad todo vuestro oro, especias y… —se aclaró la garganta— vuestros jabones
de lavanda.
El mercader parpadeó.
—¿Los jabones?
—¡Sí! ¡Y cualquier otra cosa que huela bien!
—¿Perfumes también?
—¡Sí!
—¿Aceites esenciales?
—¡Por supuesto!
El mercader pareció considerar la situación.
Luego suspiró y señaló una caja de madera con un lazo rosa.
—Pues nos haríais un favor si os los
llevarais. Llevamos días con la carreta apestando a jazmín y rosas, y los caballos
están empezando a deprimirse.
Gruñek frunció el ceño. Él no era un experto
en comercio, pero sentía que un botín no debería entregarse tan
voluntariamente.
—¿Nos estáis engañando?
—¡No, no! —aseguró el mercader—. Pero si os
vais a llevar la caja, al menos llevad esto también. —Señaló otro baúl—. Son
bálsamos de bergamota. Muy efectivos contra la piel seca.
Los orcos intercambiaron miradas. Finalmente,
Gruñek se encogió de hombros.
—Pues… vale.
Y así, la Banda del Hocico Torcido se marchó
con su botín.
Esa noche, junto a la fogata, los orcos
examinaron su tesoro. Al principio, hubo dudas. Grot intentó comerse un jabón
de lavanda y tuvo que escupirlo durante diez minutos. Pero cuando probaron los
aceites y perfumes, la actitud cambió. Gorruk descubrió que su piel nunca había
estado tan suave. Krug se embadurnó con un ungüento de jazmín y se describió a
sí mismo como "deliciosamente radiante".
Para el amanecer, los orcos no solo olían a un
prado primaveral, sino que estaban en una crisis existencial.
—Jefe —dijo Gorruk, oliéndose el brazo—. ¿Qué
hacemos ahora?
Gruñek contempló la caja de jabones y suspiró.
—Vamos a necesitar más.
Y así, sin darse cuenta, la Banda del Hocico
Torcido dejó el saqueo y se convirtió en los primeros orcos distribuidores de
productos de lujo. Porque si hay algo más aterrador que un orco con un hacha,
es un orco con un catálogo y una misión.
Lo seguiré diciendo, sus escritos son de un estimo puramente "prachettiano", sr. Castellanos.
ResponderEliminarDespués de leerlo, ya me dan ganas de esperar otra ola de ofertas para hacerme con los cómics "Banda de Orcos" y "Ork Saga", aunque este aun con descuento sigue siendo una edición cara, que habrá que ahorrar más.