jueves, 20 de marzo de 2025

La Banda del Hocico Torcido

En lo más profundo de las Colinas Rugidoras, donde el viento ulula como una suegra ofendida y las piedras tienden a rodar cuesta abajo con intenciones claramente homicidas, un grupo de orcos estaba reunido en torno a una fogata. La mayoría de ellos se parecían bastante a un jabalí con problemas de actitud. No era que tuvieran mala suerte en la lotería genética, simplemente es que la evolución había decidido irse a tomar un café y dejarlos a su suerte.

El líder de la banda, Gruñek el Astuto (un nombre que él mismo se había puesto, ya que la alternativa era "Gruñek el Que Se Cayó en un Pozo"), extendió un tosco mapa hecho con lo que parecía ser cuero de algo que no se había dejado despellejar voluntariamente.

—Escuchad, zopencos —gruñó Gruñek, señalando con su dedo grueso una línea temblorosa—. Esta es la carretera.




Los orcos asintieron con una mezcla de fascinación y confusión. Algunos nunca habían visto un mapa antes, y uno de ellos, Krug el Excesivamente Literal, levantó la mano.

—¿Y qué es ese dibujo de aquí?

—¡Es un árbol, Krug! —gruñó Gruñek.

—Ah, vale —dijo Krug, desconcertado—. ¿Y qué es ésto?

—¡Otro árbol!

—Ajá… —Krug asintió pensativo—. ¿Y esta línea curva?

—Es el río.

—Ah… ¿y este bicho con cuatro patas?

Gruñek resopló.

—¡Eso es donde se me derramó la sopa de rata, Krug!

Krug se reclinó, satisfecho. Era importante aclarar esas cosas.

Gruñek carraspeó y continuó.

—Cada siete días, pasa una caravana mercante por aquí —dijo, dando unos golpecitos en el mapa—. Llevan especias, oro, y cosas valiosas.

—¿Qué tipo de cosas valiosas? —preguntó Gorruk el Escéptico, que había aprendido a desconfiar de las promesas de riqueza desde que intentaron robar una carreta llena de taparrabos.

—¡Cosméticos! —gruñó Gruñek, que había aprendido esa palabra hacía poco y estaba ansioso por usarla—. Perfumes, aceites raros y jabones de lavanda.

Los orcos se miraron entre sí. Durante años habían considerado el baño como un concepto radicalmente opuesto a su forma de vida. Pero la lavanda sonaba intrigante.

—¿Cómo lo hacemos, jefe? —preguntó Grot el Innecesariamente Agresivo, afilando su hacha contra otra hacha.

Gruñek enseñó los colmillos en lo que podría haber sido una sonrisa o un intento de librarse de algo atascado entre ellos.

—¡Emboscada!

Hubo un murmullo de asentimiento. A los orcos les gustaban las emboscadas. Eran como una pelea, pero con menos reglas.

Al amanecer, la Banda del Hocico Torcido se ocultó entre los arbustos junto al camino. Algunos eran más sigilosos que otros. Krug intentaba esconderse detrás de un árbol que era visiblemente más delgado que él. Grot, por su parte, decidió que esconderse era para cobardes y se quedó en medio del camino con una rama en la cabeza, confiando en su camuflaje improvisado.

Cuando la caravana apareció, los orcos saltaron al camino con una cacofonía de gruñidos y alaridos. Los comerciantes se detuvieron de inmediato, y el líder de la caravana, un hombre con una barba tan elaborada que podría haber alojado una familia de ratones, levantó las manos en señal de rendición.

—¡Por favor, no nos hagáis daño! ¡Tomad lo que queráis!

Gruñek avanzó con la majestuosa seguridad de un orco que ha ensayado su discurso de villano.

—Escuchad, humanos —gruñó—. Esto es un asalto. Entregad todo vuestro oro, especias y… —se aclaró la garganta— vuestros jabones de lavanda.

El mercader parpadeó.

—¿Los jabones?

—¡Sí! ¡Y cualquier otra cosa que huela bien!

—¿Perfumes también?

—¡Sí!

—¿Aceites esenciales?

—¡Por supuesto!

El mercader pareció considerar la situación. Luego suspiró y señaló una caja de madera con un lazo rosa.

—Pues nos haríais un favor si os los llevarais. Llevamos días con la carreta apestando a jazmín y rosas, y los caballos están empezando a deprimirse.

Gruñek frunció el ceño. Él no era un experto en comercio, pero sentía que un botín no debería entregarse tan voluntariamente.

—¿Nos estáis engañando?

—¡No, no! —aseguró el mercader—. Pero si os vais a llevar la caja, al menos llevad esto también. —Señaló otro baúl—. Son bálsamos de bergamota. Muy efectivos contra la piel seca.

Los orcos intercambiaron miradas. Finalmente, Gruñek se encogió de hombros.

—Pues… vale.

Y así, la Banda del Hocico Torcido se marchó con su botín.

Esa noche, junto a la fogata, los orcos examinaron su tesoro. Al principio, hubo dudas. Grot intentó comerse un jabón de lavanda y tuvo que escupirlo durante diez minutos. Pero cuando probaron los aceites y perfumes, la actitud cambió. Gorruk descubrió que su piel nunca había estado tan suave. Krug se embadurnó con un ungüento de jazmín y se describió a sí mismo como "deliciosamente radiante".

Para el amanecer, los orcos no solo olían a un prado primaveral, sino que estaban en una crisis existencial.

—Jefe —dijo Gorruk, oliéndose el brazo—. ¿Qué hacemos ahora?

Gruñek contempló la caja de jabones y suspiró.

—Vamos a necesitar más.

Y así, sin darse cuenta, la Banda del Hocico Torcido dejó el saqueo y se convirtió en los primeros orcos distribuidores de productos de lujo. Porque si hay algo más aterrador que un orco con un hacha, es un orco con un catálogo y una misión.

 

1 comentario:

  1. Lo seguiré diciendo, sus escritos son de un estimo puramente "prachettiano", sr. Castellanos.
    Después de leerlo, ya me dan ganas de esperar otra ola de ofertas para hacerme con los cómics "Banda de Orcos" y "Ork Saga", aunque este aun con descuento sigue siendo una edición cara, que habrá que ahorrar más.

    ResponderEliminar

La Última Batalla del Rey de los Geats

El cielo ardía con el rojo de un sol poniente, y sobre las colinas grises el humo serpenteaba como dedos de un dios moribundo. El anciano re...