Por un erudito que ha visitado La Comarca y sigue intentando que le devuelvan su sombrero.
Los hobbits son una de las criaturas más fascinantes de la historia natural. O lo serían, si se dignaran a hacer algo que no fuera comer, fumar y, en general, evitar cualquier cosa que pueda parecer remotamente emocionante. Mientras los humanos se dedican a conquistar imperios, los elfos a recitar poesía melancólica y los enanos a debatir sobre la importancia de las barbas en la política, los hobbits han convertido la jardinería y las meriendas en una forma de arte.
Desde un punto de vista evolutivo, los hobbits son una anomalía. En lugar de desarrollar garras, colmillos o alguna otra forma de defensa natural, han perfeccionado el arte de ser increíblemente olvidables. Un hobbit puede cruzar una taberna abarrotada sin que nadie lo note, lo cual es una habilidad valiosa tanto para evitar aventuras como para sustraer discretamente el último pastel de carne. Si no fuera por su debilidad por los fuegos artificiales y los banquetes excesivos, probablemente la mitad de la Tierra Media aún dudaría de su existencia.
Culturalmente, los hobbits han logrado algo verdaderamente asombroso: han convertido la pereza en una virtud. En La Comarca, la mayor hazaña de un individuo no es matar un dragón o descubrir un antiguo tesoro, sino cultivar la calabaza más grande o encontrar la mejor receta de pastel de manzana. Mientras los reinos humanos son consumidos por la guerra y la política, los hobbits se preocupan por cosas más importantes, como quién ha estado pisando su césped y si el pan de hoy está suficientemente esponjoso.
Pero no os equivoquéis: bajo su apariencia inofensiva y su amor por las meriendas, los hobbits esconden un espíritu indomable. No porque sean valientes en el sentido tradicional, sino porque su tozudez los hace inmunes a la desesperación. ¿Un ejército oscuro marcha sobre el mundo? Eso es terrible, pero, ¿qué hay de la cena? ¿Un anillo maligno que podría acabar con la realidad misma? Bueno, si es absolutamente necesario hacer algo al respecto, más vale llevar provisiones.
Así que, si alguna vez os encontráis en La Comarca, no cometáis el error de subestimarlos. Os parecerán inofensivos, con sus pies peludos y su obsesión por el té, pero jamás buscaría pelea con alguien que ha sido capaz de salvar el mundo mientras discutía sobre la mejor forma de untar la mantequilla en el pan.
Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.
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