Por un erudito anónimo que insiste en que su desaparición no tuvo nada que ver con cangrejos de río vengativos.
A simple vista, el cangrejo de río no parece más que un trozo de armadura con pinzas y actitud. Habita en riachuelos y lagunas, esperando pacientemente a que algún incauto pase desprevenido para abalanzarse sobre él con la ferocidad de un cobrador de impuestos. Su exoesqueleto, duro como la conciencia de un tribunal imperial, convierte cada enfrentamiento en una prueba de paciencia y reflejos. Y no importa cuántas veces te burles de ellos, su determinación es inquebrantable.
Los estudiosos de la fauna han intentado sin éxito comprender la mentalidad del cangrejo de río. Algunos argumentan que su comportamiento agresivo es el resultado de un profundo resentimiento existencial, otros que simplemente no tienen nada mejor que hacer. Sea como sea, es innegable que estos crustáceos tienen un dominio absoluto de su territorio. Cuántos aventureros han sido emboscados en las orillas de un río y su gloria truncada no por un dragón anciano, sino por una pequeña criatura testaruda con mala actitud y una pinza del tamaño de un guantelete.
Pero no todo está perdido. Existen formas de manejar este terror ambulante.
Un golpe certero con una espada encantada, un grito de dragón que lo haga volar
hasta la siguiente provincia, o en su defecto, un buen plato de sopa de
cangrejo. Sin embargo, lo más recomendable es la táctica ancestral conocida
como "hacerse el muerto y esperar a que pierda el interés". No es
digna, no es heroica, pero es altamente efectiva.
Y si eso falla, siempre puedes intentar sobornarlo con un trozo de pan. Porque, después de todo, si los cangrejos de río han aprendido algo de los comerciantes imperiales, es que todo en Tamriel tiene un precio.
Un abrazo de oso una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.
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