La niebla envolvía los troncos oscuros y retorcidos, y en aquel bosque de sombras y murmullos, Merlín caminaba en silencio, apenas visible entre los pliegues de su capa que parecían ser parte misma de la bruma. Tenía un destino incierto, y, como siempre, no del todo claro para él. La magia le llamaba como un eco distante, susurrando desde algún punto de la noche. El Bosque sin Tiempo, como lo llamaban, era un lugar donde incluso él podía perder el rumbo.
“Merlín…” La voz era un susurro sin forma, una esencia sin cuerpo.
Merlín se detuvo. Sus ojos, inquietos, buscaron en la oscuridad. La voz provenía de una mujer, lo sabía. Pero en este lugar, la realidad misma se deshilachaba y tejía caprichosamente.
"Soy Merlín, sí, pero incluso a mí me inquieta esta noche." Merlín habló al aire, como quien lanza un conjuro. “¿Quién me llama, desde la niebla? ¿Qué deseas?”
Un destello leve, un parpadeo. La figura de una mujer emergió ante él: blanca, inmaterial, con una belleza que recordaba al río a la luz de la luna. Era Nimue, aunque distinta, con el cabello caído como hebras de plata que se deshacían en el aire. Esta era una visión, una advertencia.
“Merlín”, dijo ella suavemente, aunque su voz se deslizaba con la cadencia de un conjuro antiguo. “La magia oscura despierta en el corazón del bosque. Aquello que duerme bajo las raíces busca salir. Tú eres el guardián de los secretos, y es por ti que aún no ha roto su prisión.”
Él sabía de qué hablaba. La magia, en su forma más antigua, estaba atada al bosque como un veneno atrapado en las raíces. Un ser del Otro Lado, encerrado hace milenios, aguardaba. Y esta noche, algo lo estaba llamando. Algo que había vuelto a abrir los caminos prohibidos.
“Muéstrame el camino, Nimue”, pidió Merlín. La dama levantó una mano, apuntando hacia el oeste. Un sendero entre las ramas se iluminó brevemente antes de desvanecerse.
Merlín avanzó, susurrando un hechizo de protección en un idioma que pocos recordaban. Las palabras se disolvieron en el aire, y la oscuridad pareció retroceder ante él.
A medida que avanzaba, los árboles susurraban entre sí, contando historias que ni siquiera el tiempo podía recordar. Su respiración se hacía visible en la helada que crecía, y una sombra espesa, como el reflejo de su propia magia, comenzó a seguirle. Algo antiguo se revolvía bajo la tierra, una presencia que, hasta ahora, solo había sentido en lo más profundo de sus sueños. El Bosque sin Tiempo vibraba, y Merlín supo que se acercaba al corazón de su misterio.
Al llegar a un claro iluminado por la luz pálida de una luna que parecía otra, se encontró cara a cara con su propia sombra. No era él, pero tenía su rostro; en ella se veía joven, tal como había sido antes de conocer los secretos. Merlín le habló:
“Sabes bien por qué te encadené aquí. La magia es un río, y tú… tú serías la tormenta.”
La sombra dibujó en su rostro la misma mueca que él usaba para encantar a los ilusos.
“¿Y tú crees que esta prisión, hecha con palabras de muertos, puede detenerme para siempre?”
La sombra extendió una mano, y una ráfaga helada sacudió el claro. El suelo crujió como huesos quebrados, y las raíces a su alrededor se retorcieron en susurros.
Merlín presionó el bastón, y su voz resonó con poder: “Eres un eco de mí, un reflejo oscuro. Y como sombra, solo existes mientras yo te dé forma”.
“Pero, Merlín… ¿Cuánto tiempo más crees que puedes sostener la barrera? Este bosque y tú compartís el mismo aliento; ambos estamos condenados a desvanecernos.”
Merlín cerró los ojos. Sabía que la sombra decía la verdad. Desde hacía tiempo, sentía la magia escaparse de sus dedos como el agua entre las manos. Su tiempo era corto, y su destino incierto. Pero no esta noche, no mientras él tuviera aliento.
“Lo que soy, lo soy por elección, y no por destino”, dijo, y lanzó el bastón hacia el centro del claro. La tierra se estremeció, y la sombra, con una mueca de furia, se deshizo como humo atrapado en el viento.
El silencio volvió al bosque, y Merlín, agotado, se dejó caer de rodillas. Sabía que había ganado esa noche, pero no por mucho tiempo. Alzó la mirada al cielo, donde la luna aún brillaba, indiferente.
“Un día”, murmuró, “serás libre. Pero no hoy”.
En la distancia, la bruma empezó a disiparse. El bosque susurraba con gratitud y desconfianza. Merlín se levantó, tomó su bastón, y se alejó, envuelto en la soledad de su poder y sus secretos.
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