Farfara miró por encima de su hombro. Ahí estaba otra vez Elsabeth, con sus ojos oscuros como dos estanques encantados, observándolo desde la terraza del palacio, tras las sedas coloridas. Con ellos, cuentan algunos, podría, si quisiera, contener todo el infierno que aguarda bajo las arenas de Nidya. Y en parte tienen razón, pues ella y su guardia son lo único que impide a los profetas muertos de las arenas reclamar sangre de los vivos para sus salmos prohibidos, más allá de los muros de Alep.
Los rumores sobre Elsabeth se esparcían como el viento del desierto, envolviendo a todos con su misterio. Se decía que podía ver a través de las almas, descifrando secretos enterrados tan profundamente como las ruinas de antiguas civilizaciones. Desde su llegada a Alep, la ciudad había experimentado una calma tensa, una pausa en la tormenta que amenazaba con desatarse en cualquier momento.
El palacio, con sus muros de mármol y sus jardines colgantes, era un refugio para aquellos que buscaban protección contra las fuerzas invisibles que acechaban en las dunas. Las noches en Alep eran inquietantes, llenas de susurros y sombras que se movían con una voluntad propia. Los guardias, bajo el mando de Elsabeth, patrullaban incansablemente, sus espadas brillando bajo la luz de las lunas gemelas.
Farfara, un mercenario curtido por innumerables batallas, nunca había conocido a alguien como Elsabeth. Había algo en ella que desafiaba la lógica y el miedo. Sus ojos, tan profundos como la noche, parecían prometer una verdad que estaba más allá del entendimiento humano. Farfara no podía evitar sentirse atraído y a la vez intimidado por su presencia.
Una noche, mientras el viento susurraba antiguos cánticos a través de las palmeras, Elsabeth se acercó a Farfara. "¿Temes a los muertos, Farfara?" le preguntó, su voz suave como el terciopelo. Farfara, sorprendido por la pregunta, la miró a los ojos. "No más que a los vivos," respondió con sinceridad.
Elsabeth sonrió, una sonrisa que era a la vez triste y sabia. "Es bueno tener miedo. El miedo nos mantiene alerta, nos hace humanos. Pero también nos puede cegar. No olvides que bajo estas arenas yacen secretos que podrían cambiar el destino de todo lo que conoces."
Una gota para los vivos
y tres para los muertos
que aguardan bajo las arenas.
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