miércoles, 23 de octubre de 2024

El ladrón y el huevo de dragón

En la vasta tierra de Liavanon, donde los vientos arrastraban viejos secretos y los ríos llevaban el eco de las leyendas, se alzaba la Torre de los Susurros. Su cima se perdía entre las nubes, y se decía que su dueño, el mago Aranthor, poseía un conocimiento que podría alterar el tejido mismo de la realidad. Sin embargo, en lo más profundo de su torre, un objeto legendario atraía la codicia de muchos: un huevo de dragón, resplandeciente y misterioso, que prometía poderes inimaginables.

Kaelen, un elfo ladrón cuya astucia era tan afilada como sus dagas, había oído rumores sobre el huevo. En sus travesuras nocturnas, había acumulado riquezas, pero el anhelo de este tesoro lo llevó a desafiar lo imposible. Sin embargo, no solo el mago guardaba el huevo, sino que su protector era un súcubo, una criatura de belleza inigualable y peligrosas artimañas.

-Ilustración de Larry Elmore-

Con el cielo oscurecido por nubes densas, Kaelen se acercó a la Torre de los Susurros. Comenzó a escalar la torre, utilizando su agilidad élfica para deslizarse entre las sombras. Al llegar a la cima, la puerta de la cámara se abrió ante él, como si la torre misma lo invitara a entrar. Desde las sombras, observó el brillo del huevo en una alcoba resguardada por un hechizo que brillaba con un halo dorado. Era un espectáculo hipnótico, pero no se dejó llevar por la fascinación. Sabía que el verdadero peligro acechaba en la penumbra.

“Primero lo primero”, se dijo a sí mismo, mientras activaba una serie de runas mágicas que había recolectado en sus viajes. Al trazar un círculo en el suelo con su daga, conjuró un pequeño hechizo de invisibilidad que lo cubrió con un velo etéreo. Con esta protección, avanzó hacia la puerta, listo para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.

Al cruzar el umbral, el aire cambió. Era pesado, como si las sombras mismas cobraran vida. La habitación estaba iluminada por una luz suave. Pero no estaba solo; en la penumbra, el súcubo apareció, su figura etérea era un juego de sombras y luces. Su piel brillaba con un tono plateado y sus ojos, dos brasas ardientes, lo observaban con interés.

“Un ladrón elfo en mi dominio”, dijo, su voz suave era como una melodía. “¿Acaso no temes a la ira de Aranthor?”

“Temo más perder la oportunidad de obtener lo que quiero”, respondió Kaelen, con voz firme. “Y lo que quiero es el huevo”.

El súcubo dibujó en su rostro una expresión llena de malicia. “Podrías obtenerlo, pero a un alto precio. ¿Qué ofreces a cambio de tu deseo?”

“Ofrezco lo que tú más anhelas”, dijo Kaelen, tratando de recordar las historias que había oído sobre las debilidades de los seres oscuros. “Libertad. La libertad de este lugar, de servir a un mago que no conoce tu verdadero valor.”

La criatura se detuvo, sorprendida. “¿Y qué sabes de mi valor, ladrón?”

“Sé que tu belleza es un artefacto en sí mismo, un poder que podría gobernar corazones y mentes. Pero en esta torre, eres solo un juguete en manos del mago. ¿Por qué no cambiar eso?”

Un destello de interés iluminó los ojos del súcubo. “Tus palabras son intrigantes. Pero aún no he decidido si eres un aliado o un enemigo.”

Kaelen, notando que había ganado tiempo, se movió lentamente hacia el huevo, tratando de mantener su atención. “Si me dejas tomar el huevo, puedo ayudarte a deshacerte de Aranthor. Juntos, podríamos forjar un nuevo destino”.

El súcubo contempló su oferta, su mirada escudriñaba cada rincón de su alma. “Interesante propuesta, elfo. Pero antes, deberás demostrarme tu valentía.”

Antes de que pudiera reaccionar, el súcubo lanzó un hechizo que lo envolvió en una niebla oscura, llevándolo a un paisaje de pesadilla. En un instante, se encontró rodeado de sombras que se retorcían y se movían, criaturas del más allá que intentaban devorarlo. Sin embargo, en lugar de rendirse, Kaelen recordó su entrenamiento y utilizó su agilidad élfica para esquivar los ataques, desenvainando su daga en un baile mortal.

Con cada golpe certero, las sombras se desvanecían hasta que, al final, se encontró frente al súcubo nuevamente, quien lo miraba con admiración. “No muchos han sobrevivido a la prueba. Quizás haya algo más en ti de lo que aparentas.”

Kaelen, sin aliento pero decidido, le habló. “Así que, ¿dejas que me lleve el huevo?”

“Por ahora”, dijo la súcubo, mientras el aire a su alrededor vibraba con poder. “Pero recuerda, la verdadera prueba apenas comienza”.

Con un movimiento de su mano, el súcubo disipó el hechizo, y el huevo apareció ante ellos, resplandeciente y vulnerable. Kaelen se acercó, su corazón latiendo con fuerza mientras lo sostenía entre sus manos. En ese instante, una ola de energía lo envolvió, y un vínculo inexplicable se formó entre él y el huevo.

“Ahora, lo que se avecina será un camino lleno de desafíos”, advirtió el súcubo. “Y no solo de Aranthor. Hay otros que codician este huevo.”

Sin tiempo que perder, Kaelen dio un salto hacia la ventana, el viento aullaba en sus oídos mientras descendía hacia la libertad. Pero en su mente, sabía que el verdadero desafío no era solo escapar con el huevo, sino cumplir su promesa y demostrar al súcubo que juntos podrían reescribir su destino.

En las sombras de la Torre de los Susurros, un nuevo pacto se había forjado, y mientras Kaelen se desvanecía entre los árboles, la risa del súcubo resonaba en el aire, prometiendo que su aventura apenas acababa de comenzar.

 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los elfos: De dioses menores a ayudantes de Papá Noel

Durante siglos, la humanidad ha demostrado una admirable capacidad para olvidar que los elfos no siempre fueron pequeños, amigables y afines...