En algún lugar, en una lejana biblioteca llena de libros polvorientos y un bibliotecario (con más granos y barba que un enano de vida licenciosa) que desaprueba tu existencia, hay un tomo que reza lo siguiente:
"Las cosas no son antiguas si siguen funcionando. Solo se vuelven
más difíciles de explicar."
Y esto nos lleva a The Elder Scrolls IV: Oblivion, un juego que, a
pesar de su edad avanzada en términos de videojuegos (lo que en años humanos
equivaldría a una venerable anciana que cuenta historias de cuando todo era mejor
y los gráficos eran suficientes), sigue siendo un sitio espléndido
para perderse.
Los juegos modernos tienden a ser como una cena cara en un restaurante con más camareros que clientes: llenos de detalles hermosos, sistemas intrincados y la constante sensación de que algo va a salir mal en cualquier momento. Oblivion, en cambio, es como una posada de carretera donde la sopa es sorprendentemente buena y el posadero te dice con una sonrisa torcida: "No preguntes qué hay dentro".
A pesar de que sus gráficos pueden parecer el intento primitivo de un mago
borracho para invocar caras humanas, hay algo encantador en esos NPCs con ojos
inexpresivos y diálogos grabados con la misma emoción con la que un funcionario
sella un formulario.
En una época donde los juegos intentan guiarte como un profesor demasiado
entusiasta ("¡Ahora ve aquí! ¡Haz esto! ¡Y ahora una cinemática de 30
minutos para asegurarnos de que lo entendiste!"), Oblivion sigue
creyendo que los jugadores son criaturas curiosas y razonablemente competentes.
Desde el momento en que te escapas de la prisión (gracias a la amabilidad de
un emperador que claramente tiene demasiadas preocupaciones como para ocuparse
de la seguridad en su prisión), eres libre de hacer lo que quieras. Puedes
convertirte en el salvador de Tamriel, un ladrón infame o un mago obsesionado
con lanzar sandías a la cabeza de los guardias. Y todo sin que el juego intente
interrumpirte con tutoriales forzados o monólogos introspectivos.
Hay quienes argumentan que Oblivion está lleno de bugs. A ellos les
respondería: "¡Ja!" y luego haría una pausa incómoda hasta que se
sientan obligados a llenar el silencio.
Los bugs de Oblivion no son errores; son pequeñas ventanitas a una
realidad alternativa donde la física es más un concepto filosófico que una
regla estricta. Son los chistes internos del código, las bromas privadas de un
mundo que no se toma demasiado en serio a sí mismo. ¿Un caballo que decide
despegar como un cohete? ¿NPCs que mantienen conversaciones absurdas sobre la
misma noticia una y otra vez? Eso no es un fallo, eso es sabor.
Tal vez la razón más sólida por la que Oblivion sigue vivo en 2025
es el hecho de que su comunidad de modders no ha parado. Hay mods para mejorar
los gráficos, para añadir nuevas misiones, para convertir a todos los NPCs en
Thomas el Tren (siempre hay un mod de Thomas el Tren). La comunidad de modders
ha tratado a Oblivion como una vieja y confiable casa en el campo:
puede que la pintura se esté cayendo, pero con suficiente cariño (y algunas
modificaciones sospechosamente grandes), sigue siendo un lugar acogedor para
vivir.
En última instancia, la razón por la que Oblivion sigue siendo
jugable en 2025 es la misma por la que la gente sigue releyendo libros viejos o
viendo series antiguas: porque es divertido. Porque el mundo es vasto, la
música sigue siendo evocadora, y la sensación de perderse en un lugar donde
puedes hacer lo que quieras es una de las mejores que un videojuego puede
ofrecer.
Y si todo lo demás falla, siempre puedes instalar un mod que convierta a
Patrick Stewart en un narrador omnipresente. Porque si vamos a salvar Tamriel
una vez más, bien podríamos hacerlo con estilo.
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