miércoles, 2 de julio de 2025

Elric de Melniboné: Un albino y una espada con el apetito de un gato después de la siesta

En el multiverso de la literatura fantástica —ese vasto buffet libre de clichés, dragones y tipos con capas que nunca parecen necesitar ir al baño— hay figuras memorables. Algunos cabalgan nobles corceles, otros derrotan al mal con valor y palabras inspiradoras. Y luego está Elric de Melniboné, quien probablemente se olvidó de desayunar porque estaba demasiado ocupado vendiendo su alma a una espada.

Elric es emperador de una civilización decadente construida sobre esclavitud, pactos demoníacos y arquitectura gótica con más pinchos que sentido estructural. Y, como buen emperador de una sociedad que básicamente es Mordor con mejores modales, pasa sus días lidiando con demonios, asesinando a sus amigos por accidente (o por hobby) y hablando con una espada que grita cuando corta a la gente. Una espada que, además, te roba el alma con la eficiencia de un banco cobrando comisiones.

Stormbringer. Sí, así se llama la espada. Es el tipo de arma que uno no pone en un estante sobre la chimenea porque probablemente se comería a la chimenea y luego a tu gato. Y a ti. Y después diría que fue tu culpa por no estar “lo suficientemente épico”.

Lo curioso de Elric es que, a pesar de ser un antihéroe, es muy… educado. Es el tipo de persona que te cortaría por la mitad y luego lamentaría sinceramente haberlo hecho. “Oh, lo siento, viejo amigo. Pero mi espada lo quiso, y ya sabes cómo se pone si no la dejo jugar”. Uno imagina que las reuniones sociales en Melniboné eran un poco tensas.

“¿Quieres vino o cerveza?”
“¿Y tú, quieres seguir teniendo alma?”




Arte-KamyuDigitalArtworks


Lo más extraordinario es que Elric, a diferencia de muchos héroes de fantasía con mandíbulas cuadradas y motivaciones planas como una tabla de planchar, es trágicamente autoconsciente. Él sabe que está siendo manipulado. Por su espada. Por los dioses del Caos. Por su propio autor, Michael Moorcock, quien probablemente tuvo una adolescencia interesante. Pero en vez de rebelarse, Elric se encoge de hombros filosóficamente y se lanza de cabeza a su próximo error épico, como quien se arroja a una piscina sin verificar si tiene agua.

Y sin embargo, Elric perdura. ¿Por qué? Porque en el fondo, es honesto. Es la encarnación de la duda, el dolor, la búsqueda de redención en un mundo donde incluso los conejos probablemente estén poseídos por demonios. Es la cara pálida del hombre que quiere hacer lo correcto, pero cuyo destino se ríe de él con dientes afilados y voz de espada demoníaca.

Elric de Melniboné es como si Hamlet se metiera a un grupo de metal, consiguiera una espada satánica, y decidiera salvar el mundo destruyéndolo un poquito primero. No es un héroe convencional. No es un modelo a seguir. Pero es, sin duda, inolvidable.

Y si alguna vez lo encuentras en una taberna, por favor no lo invites a beber. Lo más probable es que termine invocando una tormenta, destruyendo la realidad y disculpándose por todo mientras Stormbringer te mastica el alma con entusiasmo.

Un abrazo de oso y una pinta para todo aquel que se deje caer por este baldío.

 

Nota del autor: Este artículo contiene trazas de sarcasmo, ironía y ocasionales menciones a espadas con opiniones propias. No se recomienda leerlo cerca de artefactos mágicos o bibliotecas que se quejen en voz alta.

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